Repensar la identidad: Boricuas, Obras contemporáneas de la Colección del ICP en el MADMI
- Mercedes Trelles Hernández
- hace 35 minutos
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La historiadora del arte Mercedes Trelles Hernández comparte en esta reseña la principal sorpresa de esta reciente exhibición

Boricuas, Obras contemporáneas de la Colección del ICP fue la reciente exhibición del Museo de Arte y Diseño de Miramar (MADMI). Abrió al público el 8 de marzo de 2025 y permaneció a la vista hasta el pasado 6 de septiembre de 2025. La muestra coincidió con la controversia por el Proyecto del Senado 273 que propone la eliminación del Instituto de Cultura Puertorriqueña (ICP) y la transferencia de sus funciones al Departamento de Desarrollo Económico y Comercio (DDEC). Dado que la muestra celebraba la colección del ICP, el “timing” no pudo ser mejor, pues nos recordaba las importantísimas funciones que realiza esa institución al adquirir y custodiar nuestro acervo artístico, así como su rol en plantear visiones sobre qué significa ser puertorriqueño. Sobre el tema de la identidad, la curadora de la muestra, Marilú Purcell planteó: “Nuestro archipiélago será pequeño, pero las maneras de sentirse boricua son muchas y no se limitan a una imagen idealizada del jíbaro blanco y la vida del campo”.
Un vistazo rápido de los dos pisos del MADMi confirmó que la exhibición planteaba revisiones de nuestras ideas sobre quiénes somos los puertorriqueños. En el primer piso encontrábamos diversidad de planteamientos identitarios, estéticos y políticos, entre ellos la visión de un Puerto Rico extenso, que incluye Nueva York, así como el de una isla que confronta sus silencios y omisiones en torno a la racialidad y la historia. En las dos salas del segundo piso la narrativa se transformaba. En el gran salón imperaba un sentido de confrontación en piezas de gran tamaño e impacto. Finalmente, en el pequeño salón del segundo piso llegábamos a lo que me pareció la joya de esta muestra, la selección de arte abstracto que el ICP fue adquiriendo de los años sesenta en adelante. Mientras en la historia del arte se endurecía una visión de nuestro arte como uno figurativo y de sesgo nacionalista, el ICP coleccionó piezas que calladamente retan esta narrativa. Desarrollándose en paralelo y muchas veces desconocido por el público, el arte abstracto nos demuestra cuán actual, cuán vital es la colección para repensar nuestra historiografía. Fue difícil pensar, frente a esa magnífica sala, que llevamos 11 años desde que cerró la Galería Nacional y cesamos de disfrutar de forma continuada de la colección del ICP que es patrimonio de todos nosotros.
Pero volvamos a Boricuas. La primera apuesta de la muestra se dio en el primer piso en la incorporación de la luminosa obra de Juan Sánchez, Niña Vejigante. La obra es importantísima, primero, y ante todo, por el reconocimiento de que el arte hecho por puertorriqueños de la diáspora es arte puertorriqueño. Luego, porque Juan Sánchez es un pintor con una trayectoria que abarca cinco décadas y cuyo trabajo incorpora el collage pictórico (fotografías, estampitas, crayón de óleo, conchas “cowrie”) haciendo alusión a nuestra accidentada historia, siempre fragmentada. La he llamado luminosa porque la parte superior de la obra, en forma de arco, está recubierta de pintura dorada, creando una alusión a los retablos medievales y renacentistas en los que las figuras sacras se presentaban sobre fondos dorados.

Aquí vemos una foto en blanco y negro de una niña con careta de vejigante, retratada frente a una muralla (posiblemente la del Viejo San Juan). La foto, que ocupa el tercio superior de la obra, corona un enjambre de líneas irregulares de colores muy brillantes, entre las cuales podemos ver la silueta de un arbusto, palabras y conchas. El conjunto es juguetón, con un ritmo visual que contagia. Las palabras escritas sobre el lienzo son la letra de la canción de “las caras lindas de mi gente negra”, del compositor Catalino “Tite” Curet Alonso, lo que hace que la sensación de ritmo sea tanto visual como sonora (el paralelo con el portafolio de Rafael Tufiño, Plenas, donde la música acecha la imagen, es hermoso). La obra combina la cultura popular (la canción, la careta de vejigante), la abstracción y alusiones a la pintura medieval y renacentista. Compleja y hermosa, la obra parece sugerir que en la joven modelo de la careta de vejigante sobrevive una raíz ancestral.
“Mientras en la historia del arte se endurecía una visión de nuestro arte como uno figurativo y de sesgo nacionalista, el ICP coleccionó piezas que calladamente retan esta narrativa. Desarrollándose en paralelo y muchas veces desconocido por el público, el arte abstracto nos demuestra cuán actual, cuán vital es la colección para repensar nuestra historiografía”. — Mercedes Trelles
La otra pieza que dominaba el primer piso es producto de las adquisiciones que hizo el ICP entre 2020 y 2022, mediante fondos recuperados del Banco Gubernamental de Fomento, y que dieron pie, en el 2022, a la muestra Legado en la sede del ICP. Se trata del ensamblaje en medio mixto 1797 (2012) de Daniel Lind Ramos. La pieza alude al rol del regimiento afrodescendiente en la defensa de San Juan durante el sitio de los ingleses de 1797, un episodio de nuestra historia poco estudiado y aún menos difundido. Lind hace referencia a este evento al colocar una máscara de hierro alusiva al carnaval de Loíza al centro de la composición. Alrededor de la máscara, en una composición rayonante, podemos ver pencas pintadas con máscaras. Sus puntas se sustituyen por hierros, transformándose en elementos amenazantes, a manera de bayonetas. Debajo de la máscara de Griot —la figura memoriosa que cuenta las historias ancestrales—, un perchero cuelga con la cifra 1797, así como con cuatro machetes, todo hecho en hierro oxidado. Finalmente, en el suelo vemos unos cocos pintados con los colores de la bandera británica. Los materiales de la obra crean un complejo entramado de alusiones —al litoral, a través de las pencas y los cocos, y a Ogún, dios de la guerra, muchas veces representado mediante elementos como el hierro—, mientras su iconografía nos remonta directamente a Loíza Aldea. Esta pieza, como Niña Vejigante, afirma la importancia de la afrodescendencia en nuestra historia, mientras crea una experiencia visual que resuena con lo sagrado, al crear una corona rayonante alrededor de la máscara (a la manera de una custodia). Los machetes y los cocos, a los pies del conjunto, se organizan de manera que recuerda las ofrendas. Pudimos encontrar otras obras destacadas en ese primer piso, como la alegre composición sobre vejigantes de Carmelo Sobrino, las enigmáticas y oscuras pinturas de Elizam Escobar y Carlos Raquel Rivera, y la visión tropicalista del Caribe de Rafi Ferrer que el autorretrato del recién fenecido José Rosa parece mirar de soslayo. Pero son estas dos piezas —Niña Vejigante y 1797— las que dominaban el espacio y marcaban un cambio de paradigma tanto para la colección como para el concepto de la identidad puertorriqueña que ha impulsado el ICP.


En el segundo piso la muestra cambiaba. El gran salón del MADMI planteaba una confrontación entre figuración y abstracción. Dominaba el espacio la monumental pieza Sin título (tríptico) de José Morales. Caracterizada por su juego con la escala (dos lienzos inmensos y uno pequeño en el lado izquierdo que contiene, curiosamente, la imagen de un micrófono), la pieza da la clave para la curaduría de la sala. La pintura presenta la imagen de un niño en actitud de reto, con guantes de boxeo y gesto agresivo, manejado en un claroscuro casi tenebrista, en yuxtaposición a un lienzo en cuadrícula que plantea una relación incierta con la profundidad. Esa tensión y contrapunteo que habita en la pieza de Morales se replicaba y amplificaba en la curaduría, que planteaba una secuencia de obras figurativas en una pared y una secuencia de obras abstractas en la otra. Al centro, la escultura Composición horizontal, de Melquiades Rosario Sastre, continuaba retando visiones tradicionales de nuestro arte. Esta escultura plantea la pugna entre naturaleza y geometría al bisecar un tronco con un elemento vertical.


El espíritu de reto permeaba las obras colocadas en las paredes laterales. En particular llamaba la atención la pared del lado izquierdo de la sala en la que veíamos una secuencia de obras figurativas de extraordinaria variabilidad temática y estilística. En gran proximidad, nos encontrábamos con un retrato parco que el artista Omar Obdulio Peña Fortis hizo de su compañero artista Miguel Luciano en el 2006. A su lado, la monumental obra Escenario de Antonio Martorell combinaba las técnicas gráficas con el óleo para crear una visión dramática de un hombre de negocios que contrasta con la litografía con collage Clasifícame esta de María de Mater O’Neill, que hace alusión directa tanto a los cómics como al escudo del Instituto de Cultura Puertorriqueña en el que las mujeres brillan por su ausencia. Por último, la emblemática pintura hiperrealista de Carlos Collazo Mattei, En casa de Juan Carlos y Neki III, se exhibía al lado de la obra de María de Mater, su amiga entrañable y compañera de estudio. En ella, dos sillas de director vacías son representadas de tal forma que parecen una premonición de la conversación interrumpida con el arte de Collazo por su prematura muerte a causa del SIDA.



El cuarto más pequeño del segundo piso es donde se encontraba, a mi juicio, la sección más hermosa de la muestra. Con una selección sorprendente de arte abstracto, gran parte de él de los fondos históricos del Instituto, aquí descubrimos que el acto de coleccionar puede ser revelatorio. Aunque en la isla se privilegió durante décadas un arte de compromiso social, temático y figurativo, el ICP coleccionó el arte de avanzada de su momento, arte no figurativo que se suscribió a infinidad de vertientes —hard edge, shaped canvas, abstracción lírica— que ha dado pie a nuevos desarrollos dentro de la abstracción. Aquí encontrábamos piezas de Paul Camacho, uno de los integrantes del grupo Frente, una obra temprana de Zilia Sánchez que dialoga con la retrospectiva del Museo de Arte de Puerto Rico, hermosas abstracciones de Noemí Ruiz y Olga Albizu (la segunda particularmente vibrante, pues es una sinfonía de verdes), una abstracción de Carmelo Fontánez que recuerda a Monet por su aspecto casi paisajístico, y piezas de Wilfredo Chiesa, Domingo López y Julio Súarez que hablan de la abstracción como una disciplina investigativa. En una de sus dos paredes focales, cinco obras de reciente adquisición De la serie del performance Blindfolded de Awilda Sterling Duprey coronaban la sala. Las obras de Sterling Duprey plantean una reinterpretación del dibujo como algo que no es visual, sino somático, rítmico. Estos dibujos/rastros de performance entablan una conversación con la abstracción del pasado, diálogo al que las piezas de Toni Hambleton desde la cerámica, e Ivelisse Jiménez desde un collage pictórico con materiales noveles, también se unían. Por momentos totémica, a veces bucólica y definitivamente inmersiva en sensaciones de color, espacio y superficie, esta sala fue para mí puro disfrute visual.

No queda duda que Boricuas, obras contemporáneas de la colección del ICP fue una muestra que buscó repensar la forma en que se cuenta la historia del arte de Puerto Rico. La selección del arte contemporáneo como punto focal evitó entrar en la iconografía (ahora nuevamente renovada por Bad Bunny) del jibarismo y el paisaje. Además, el escogido de obras mostró gran sensibilidad a lecturas diversas, retantes y que recuperan la parte de nuestra historia del arte que hemos preferido no ver. Había en la exhibición ecos de la muestra Legado, pero también grandes diferencias, como el aprecio por la abstracción. Una colección amasada a lo largo de 70 años, con fondos históricos y contemporáneos, permite hacer una relectura como esta. Es por eso, entre otras razones, que es tan importante la labor del Instituto de Cultura Puertorriqueña y su sección de Artes Plásticas. Mientras esperamos (y luchamos) por la suerte de la institución, no digo yo la reapertura de la Galería Nacional que tanto extrañamos, muestras como ésta nos permiten meditar sobre el valor del ICP y de las artes de Puerto Rico y plantearnos preguntas sobre nuestra cambiante relación entre arte e identidad.
Sobre la autora: Mercedes Trelles Hernández es catedrática asociada de Historia del Arte en la Universidad de Puerto Rico, recinto de Río Piedras. Obtuvo su doctorado con especialidad en arte moderno latinoamericano de la Universidad de Harvard. Sus temas de investigación incluyen el arte Pop en América Latina, la fotografía y el arte de Puerto Rico y el Caribe. Ha trabajado como curadora de la colección del Museo de Arte de Puerto Rico (2000-2003) y como curadora independiente y ha sido consultora para exhibiciones internacionales como “The World Goes Pop” (2015) en el Tate Modern y “No existe un mundo poshuracán: Puerto Rican Art in the Wake of Hurricane María” (2022) en el Whitney Museum of American Art. Actualmente forma parte del primer grupo de estudiosos de la iniciativa de Hunter College y la Mellon Foundation, “Bridging the Divides, grupo de estudio de descolonización”.






























