Olga Albizu y Noemí Ruiz: Maestras de la abstracción
- Adlín Ríos Rigau

- 23 sept
- 9 Min. de lectura
Aunque nunca se conocieron, ambas artistas puertorriqueñas trazaron un camino con muchos puntos de encuentro, como nos relata en este ensayo la curadora Adlín Ríos Rigau

Olga Albizu (1924-2005) y Noemí Ruiz (1931-2023) fueron dos artistas nacidas con siete años de diferencia en el suroeste de Puerto Rico, en Ponce y en Mayagüez, respectivamente. Ninguna de las dos “pretendió representar seres o cosas concretas sino atender solo a elementos de forma, color, estructura, proporción, etc.”, y ambas trabajaron una “modalidad artística que transcribe lo expresado acentuando los aspectos formales, estructurales o cromáticos, sin atender a la imitación material”. Estas citas provienen del Diccionario de la Lengua Española y definen el término abstracción. Este fue el estilo artístico que Albizu y Ruiz cultivaron consistentemente a lo largo de sus fecundas y exitosas carreras profesionales.
La obra artística de estas dos pioneras es tan igual como diferente. Similar en el proceso mental de la abstracción, pero marcadamente diferente en estilo y técnica. Olga siempre pintó al óleo, mientras que Noemí prefirió el acrílico. La característica evidente en la producción artística de ambas es la total cohesión estilística. En Puerto Rico, Olga Albizu es la maestra del expresionismo abstracto y Noemí Ruiz lo es de la abstracción geométrica. Resulta interesante que sus primeras exposiciones individuales fueron cercanas: la de Olga, en Nueva York en 1956, en Panora’s Gallery, y la de Noemí, en 1960 en Puerto Rico, en la Sala de Exposiciones de la Biblioteca General de la Universidad de Puerto Rico.

Olga Albizu es la pionera del arte abstracto en Puerto Rico. Se formó con Miguel Pou en Ponce, en la Universidad de Puerto Rico, en la Escuela de Bellas Artes de Hans Hofmann, en la Liga de Estudiantes de Arte de Nueva York, en la Académie de la Grande Chaumière en París y en la Academia de Bellas Artes de Florencia. A partir de 1958 se estableció en la ciudad de Nueva York, donde realizó la inmensa mayoría de su obra pictórica. Su producción fue extensa, pero cuando le pregunté sobre la cantidad de obras que había pintado, me contestó: “God only knows”.
Noemí Ruiz realizó sus estudios en arte en la Universidad Interamericana de San Germán, en New York University, en el Taller de la Asociación de Estudiantes de la Universidad de California en Berkeley y en la Universidad Autónoma de Madrid. Finalizados sus estudios, vivió siempre en la tierra que la vio nacer donde se dedicó a la educación como profesora de arte en la Universidad Interamericana. Fue socia fundadora del Museo de Arte Contemporáneo de Puerto Rico, de la Asociación de Mujeres Artistas, y miembro de la junta de directores de la Escuela de Artes Plásticas y del Instituto de Cultura Puertorriqueña (ICP). Durante sus 50 años de carrera artística produjo sobre 800 obras.
“Olga Albizu y Noemí Ruiz son indudablemente las artistas cimeras de la abstracción en Puerto Rico. Su importancia no solo estriba en las exquisitas obras que dejaron, sino también en haber abierto y señalado el camino del arte no figurativo a generaciones posteriores de artistas” - Adlín Ríos Rigau
Recuerdo con especial placer haber visitado a ambas en sus talleres de Nueva York y Hato Rey, y conversar con dos mujeres inteligentes y sensibles mientras seleccionaba una obra de cada una para la colección permanente del Museo de Arte de Puerto Rico (MAPR). La primera adquisición fue el óleo de Albizu 900-50-8, pieza que de inmediato se convirtió en una de las favoritas del público y que, además, tuvo gran valor promocional para la institución. Más tarde se incorporó el acrílico Jazz (1991) de Ruiz, obra que la artista atesoraba por contener elementos representativos de su trayectoria. Tal era su importancia que fue incluida en la estampa de su funeral. Aunque nunca se conocieron personalmente, Ruiz expresó en una entrevista que le hubiera gustado mucho haber tenido la oportunidad de conocer a Albizu.

La pintura 900-50-8, una de las favoritas de Albizu, colgaba en el comedor de su apartamento en West End Avenue, Manhattan. Solo accedió a venderla porque pasaría a formar parte de la entonces incipiente colección del MAPR. Esta obra de gran formato despliega, sobre un fondo amarillo —color predilecto de la artista—, una variedad cromática de formas encajonadas y dinámicas. El punto focal es el círculo ovalado de rosa profundo que, desde su posición central, inicia un movimiento visual centrífugo que continúa en otro espiral de rojo, amarillo y naranja. Estos, a su vez, culminan en un dinámico movimiento de nuevas formas y colores que incluyen el azul y el verde. La preponderancia de colores cálidos, dinámicos y sueltos trazos de gran impasto definen, para nuestro disfrute, esta obra maestra de Olga Albizu.
Jazz, de Noemí Ruiz, fue un gran descubrimiento durante mi visita al taller de la artista. Aunque de tamaño mediano, su presencia es monumental y captó mi atención de inmediato. De paleta esencialmente fría, sus elementos distintivos son la perfección de las formas geométricas y la impecable composición. Las gradaciones lumínicas de los azules y verdes disfrutan de una gran delicadeza que, conjuntamente con el elegante dibujo, resaltan el dinamismo que la obra destila. Los estrechos trazos de colores que irrumpen entre las formas de mayor escala logran un perfecto balance entre ellos.

Olga Albizu comenzó a darse a conocer internacionalmente a partir de 1956 y durante la década de 1960, cuando las casas disqueras Verve Records y RCA Victor adquirieron obras suyas para las carátulas de sus discos, principalmente de jazz y bossa nova. Entre ellas he identificado 12 portadas cuyos intérpretes incluyen a Stan Getz, João Gilberto, Luis Bonfá, así como las orquestas Boston Symphony, Rod Levitt y Bob Brookmeyer. Tal vez una antesala a este reconocimiento fue la reseña que en 1956 publicó The New York Times, destacando: “Albizu’s singing colors and sure strokes”.
Sus obras no solo embellecieron las portadas de los discos, sino que también contribuyeron al conocimiento y difusión del arte abstracto. Es conocido que varios críticos han descrito la obra de Albizu como “musical”, aunque resulta interesante señalar que ella nunca utilizó ese término para referirse a su pintura. De haberlo hecho, no habría sorprendido, considerando la extensión y riqueza de su colección de música, que incluía una amplia selección de CD de diversos géneros.


Tanto Albizu como Ruiz pintaron en sus comienzos obras de carácter figurativo. Estas etapas fueron efímeras ante el imperativo que ambas sintieron de expresarse en total independencia y libertad estética a través de la abstracción. Albizu empezó su obra con el pincel como vehículo de expresión, como se observa en Tema Invernal II (1955), que forma parte de la colección de pinturas del Instituto de Cultura Puertorriqueña. A partir del inicio de la década de 1960, comenzó a utilizar la espátula como su herramienta favorita. Bosque (1965), también perteneciente al ICP e igualmente pintada al óleo, es resultado de dicha incursión. Fue la utilización de la espátula lo que le permitió a Olga Albizu perfeccionar los gruesos y decididos trazos que distinguen sus pinturas.
Noemí Ruiz también comenzó utilizando el pincel en sus obras tempranas de finales de la década de 1950, como Flores rojas en azul (1958) y Hastío (Maguayo) (1959), ambas óleos sobre lienzo. No fue hasta 1965, durante su segundo viaje a Nueva York, que adquirió su primer “rolito”, similar a los que se usan para pintar paredes. Desde entonces, estos rolos de espuma se convirtieron para ella en vehículo innovador y esencial para pintar, definiendo así la técnica precisa y preciosa característica en la obra de Noemí Ruiz.

El elemento de mayor relevancia en ambas artistas es indudablemente el color. Los colores predominantes en la obra de Olga Albizu son los amarillos, naranjas y rojos cálidos en contraste con los azules y verdes fríos de Noemí Ruiz. En ese diálogo visual de las artistas con el espectador es imposible no sucumbir ante el encanto cromático tan protagónico que asalta los sentidos.
El estilo de Olga siempre fue el expresionismo abstracto mientras que Noemí se abrazó a la abstracción geométrica, cosa que ambas hicieron con igual maestría. Las formas encajonadas o en bloques sueltos de gran energía visual de Olga son gestuales con composiciones fuertes, libres y espontáneas. Las composiciones geométricas de gran armonía de Noemí son racionales, definidas y controladas muy al estilo de la pintura “hard-edge”. Ambas buscaban provocar una experiencia estética a través de los elementos formales: el color, la línea, la forma y la textura, nunca por medio de la representación figurativa.
Ruiz siempre se inspiró en el mundo natural que la rodeaba, muy particularmente en el de su tierra, lo tropical y lo caribeño. De ahí que la obra Mi isla verde (1995) fuese para ella un canto al verdor de Puerto Rico, mientras que Poema para tu Mar Caribe (1995) reflejo de su admiración hacia las aguas del sur de la isla, y Magia del Caribe (1993) un poema al Yunque. Por su parte, muchas de las obras de Albizu tienen títulos numéricos tan abstractos como sus pinturas mismas. Radiante (1967) fue seleccionada por el Smithsonian American Art Museum para el catálogo de la exhibición Nuestra América, la Presencia Latina en el Arte Estadounidense. El óleo Alla África (c.1962) fue de sus primeras obras en subastarse exitosamente. Es también la carátula del disco Getz/ Gilberto.

Quizás la mejor manera de entender a ambas artistas es a través de sus propias palabras. Noemí Ruiz, dijo: “Pintar para mi es vivir… cuando pinto soy feliz. Pintar es una necesidad que llena mi mente, mi espíritu, mi espacio”. Mientras que Olga Albizu comentó enfáticamente: “Escogí seguir el camino del arte abstracto porque no me interesaba otra cosa. No había otra alternativa para mí”. Noemí pintó hasta casi el final de sus días. Olga dejó de pintar en 1984. Sus últimas obras, St. Remy de Provence y In Search of Van Gogh, ambas de pequeño formato, son un sentido homenaje al artista neerlandés a quien tanto admiró.
Olga nunca le dio importancia a titular sus pinturas lo que explicaba diciendo: “Because they are just labels”. Mientras que Noemí sistemáticamente les ponía nombres a las suyas. Si diferentes son los estilos y técnicas de estas dos maestras, es imprescindible señalar las semejanzas compartidas. Sus pinturas disfrutan de una factura impecable, de una expresión artística personalísima y original, de la energía y dinamismo de sus diseños y paletas cromáticas de gran intensidad, saturación y contraste. Esas son algunas de las características que ambas tienen en común. Resulta interesante, además, que ambas estuvieron en Nueva York cuando acontecía el “boom” del arte abstracto.

Tanto Olga como Noemí cultivaron afirmativamente la tendencia artística de la abstracción en momentos históricos cuando no estaba en boga, como tampoco era totalmente aceptable en Puerto Rico. Se enfrentaron, sin sucumbir a las presiones que debieron afrontar, a la moda predominante de la figuración de corte contestatario, nacionalista y sociopolítico típica en aquel entonces en su país. Esta es otra razón relevante para admirar a estas insignes creadoras de nuestra plástica.
Olga Albizu y Noemí Ruiz son indudablemente las artistas cimeras de la abstracción en Puerto Rico. Su importancia no solo estriba en las exquisitas obras que dejaron, sino también en haber abierto y señalado el camino del arte no figurativo a generaciones posteriores de artistas. Para mí siempre será motivo de celebración el haberlas conocido y viviré agradecida de haber compartido con ambas.
Sobre la autora: Adlín Ríos Rigau es curadora, gestora cultural y catedrática jubilada de la Universidad del Sagrado Corazón en Santurce, donde fue profesora de arte por 42 años. Fue fundadora, curadora y directora de la Galería de Arte de la Universidad del Sagrado Corazón desde 1995 hasta 2015.
Bajo su iniciativa, planificación y dirección, entre 1995 y 1999, se desarrolló el proyecto del Museo de Arte de Puerto Rico, el primer museo de arte puertorriqueño en la historia del país, que inauguró en el año 2000. Fue directora de la Oficina de Asuntos Culturales de la Compañía de Turismo de Puerto Rico y del Programa de Museos y Parques del Instituto de Cultura Puertorriqueña. También presidenta de la Asociación Internacional de Críticos de Arte, Capítulo de Puerto Rico.
Ha sido curadora de múltiples exposiciones de arte. Es autora de varios libros, destacándose “Las artes visuales puertorriqueñas a finales del siglo XX” (1992), “Las artes visuales puertorriqueñas a principios del siglo XXI” (2002), “El caballo en la cultura puertorriqueña” (2007), “Galería de Arte USC, XV Aniversario” (2010), y “Del patrimonio artístico al museo de arte” (2013).

































