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Puerto Rican Women In Arts: lo afectivo, crítico y diverso

La muestra colectiva reunió a 204 artistas del archipiélago y la diáspora en una exposición sin jerarquías que desafía los cánones del arte puertorriqueño y propone un archivo vivo, feminista y polifónico


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Con toda la intención de retar conceptos erróneos sobre el lugar de la mujer en el arte puertorriqueño contemporáneo, Puerto Rican Women In Arts llegó a la Galería Delta de Picó, en la Liga Estudiantes de Arte de San Juan, el 5 de junio de 2025. La exposición colectiva reunió obras realizadas por 204 mujeres artistas puertorriqueñas, residentes del archipiélago y de sus diásporas, que se encuentran activamente produciendo. Meses antes, la muestra hizo su debut en Chicago, Illinois, y, tras una favorable acogida del público, fue invitada a otras ciudades, como el Viejo San Juan. El proyecto fue gestionado por Trailer Park Proyects y Alexis Figueroa, quien explica que la exhibición marca un precedente en la visibilización de mujeres artistas, no solo por su magnitud, sino por su diversidad formal, conceptual, geográfica e intergeneracional.


El montaje de la exposición remite a los históricos salones de arte en Europa. Piezas recorren las paredes blancas de la galería, permitiendo una mirada curiosa por parte del espectador. Este tiene que alzar la vista, doblarse un poco, alejarse y acercarse para apreciar la totalidad de la muestra colectiva. La técnica de instalación —basada en un sistema de alfileres y esquineros discretos— permite exhibir piezas sin dañarlas ni invadirlas. No hay rótulos, títulos ni fichas técnicas visibles. En su lugar, un juego de números guía al visitante a través de las obras, invitando a buscar los nombres en un listado independiente. Este recurso genera una experiencia casi lúdica de descubrimiento: mientras más tiempo se pasa en la sala, más obras parecen aparecer.


“Ante la ausencia de sistemas institucionales robustos que documenten sistemáticamente el trabajo de mujeres artistas en Puerto Rico, esta muestra cumple una función urgente: la de registrar, nombrar y validar” - Ana Hilda Figueroa de Jesús


La decisión de no utilizar fichas técnicas ni una disposición jerárquica subraya un modelo curatorial que prioriza la experiencia emocional del visitante. Remite a prácticas curatoriales feministas que han propuesto maneras horizontales de construcción de relato, como las defendidas por la teórica feminista y escritora afroamericana bell hooks: espacios de encuentro donde la exposición hace visible la multiplicidad de voces sin imponer una narrativa única.


La iluminación en el espacio de la galería evita focalizar una sola pieza: ninguna se impone, y, sin embargo, todas se hacen notar. El espacio se siente aireado, incluso con las 204 obras. No hay saturación ni ruido visual. La curaduría logra lo difícil: permite que cada obra cuente su historia sin competir con las demás. Aquí, toda obra cuenta.


El conjunto de piezas abarca una impresionante variedad de técnicas: lápiz, acrílico, monotipo, collage, grabado, acuarela, tinta, medios mixtos, fotografía intervenida, bordado. Predomina lo pictórico, pero hay una marcada presencia de lo experimental y lo matérico. Se presentan obras tanto realistas como abstractas, de pequeño formato en su mayoría, debido a la limitación de espacio y a la magnitud de artistas convocadas. Los soportes varían entre papel, tela, madera y superficies no convencionales. Es evidente la libertad formal: cada artista eligió cómo y qué decir, y eso se traduce en una colección polifónica.

Entre las piezas más destacadas se encuentra un díptico de Ángela María Domínguez, artista residente en San Juan. Domínguez presenta un paisaje del interior montañoso de Puerto Rico en el que contrasta el verde con el azul del cielo despejado. Haciendo guiños a la obra de Myrna Báez, la artista Isabel Pérez Franceschini (Guaynabo) exhibió un óleo que muestra hojas y un racimo de plátano asomándose por encima de un muro blanco. La obra, detallada y realista, es sorprendida por una fina línea de contorno color coral neón.


Ángela María Domínguez (Foto suministrada por la Liga de Arte de San Juan)
Ángela María Domínguez (Foto suministrada por la Liga de Arte de San Juan)

Ivelisse Brignoni, desde la ciudad de Miami (Florida), incluye El paraíso rosado tiene cuernos, una pieza surrealista caribeña que muestra un toro con una máscara de vejigante rodeado de cocos y una palmera rosada. Dos artistas afrodescendientes que forman parte son Juanita Lanzo, del Bronx (Nueva York), quien exhibió formas abstractas que asimilan órganos internos o tallos de plantas en tonos azules y rosados. La otra es Maribel Canales, del Viejo San Juan, quien apuesta por el afecto y la carga histórica de trenzar el cabello con un autorretrato y un retrato de su hermana gemela.


De las obras menos convencionales en la exposición, llama la atención aquella de Mara Ayala, radicada en Chicago, quien trabaja con cabello humano sobre plástico como material simbólico. En su obra crea la silueta de un desnudo femenino, haciendo hincapié en lo íntimo y personal del baño. Edra Soto, quien también reside en Chicago, presenta una camiseta intervenida como objeto visual cargado de memoria. Utilizando una tipografía de graffiti, escribe diferentes nombres en colores rojo y azul sobre la camiseta blanca. La obra Crujir invertebrado de Yamileth Flores Reyes (Caguas), es una fototransferencia sobre textil que integra diversos medios y técnicas.


Mara Ayala (Foto suministrada por la Liga de Arte de San Juan)
Mara Ayala (Foto suministrada por la Liga de Arte de San Juan)

El recorrido de la muestra revela una serie de temas que se entrelazan y dialogan: el cuerpo, el paisaje, la mujer, el feminismo, lo político y lo cultural. Hay retratos, piezas surrealistas, paisajes oníricos, collages con palabras escritas, referencias a la música, la danza, el deporte y lo doméstico. Algunas obras evocan figuras icónicas como el músico Bad Bunny o la activista Christina Hayworth; otras dialogan con símbolos del folclor —vejigantes, esqueletos, mariposas, perros, gallos, cucubanos— o presentan mapas del archipiélago puertorriqueño intervenidos. Lo arquitectónico, lo urbano y lo íntimo conviven en un mismo plano. Hay bodegones, objetos cotidianos y una clara intención narrativa: cada obra parece contar una historia.


Ivelisse Brignoni (Foto suministrada por la Liga de Arte de San Juan)
Ivelisse Brignoni (Foto suministrada por la Liga de Arte de San Juan)

Uno de los encantos de la muestra es que muchas de las piezas están a la venta y son accesibles, lo cual democratiza el acceso al coleccionismo y visibiliza el trabajo profesional de estas artistas. Otro detalle a resaltar es que no se pretende representar un “estilo boricua” ni una sola visión del arte hecho por mujeres. Por el contrario, abraza la complejidad, la contradicción y la multiplicidad. Lo que une a estas centenas de obras no es una estética común, sino una urgencia compartida de expresar, resistir y crear desde lo propio. Cabe destacar que, aunque la artista Sexareo no fue oficialmente invitada, participó a estilo guerrilla, lo cual el curador aprobó y celebró a través de sus redes sociales personales.


La histórica pregunta planteada por Linda Nochlin en su ensayo Why Have There Been No Great Women Artists? (1971) resuena poderosamente en el contexto de esta exposición. Nochlin desmantela la idea de que la ausencia de “grandes” mujeres artistas en los relatos dominantes del arte se deba a una falta de talento, y señala, en su lugar, las estructuras institucionales y sociales que históricamente han limitado su acceso a la formación, la visibilidad y el reconocimiento.


Puerto Rican Women In Arts responde directamente a esa crítica estructural: al reunir a 204 artistas puertorriqueñas contemporáneas activas, la muestra no solo refuta la falsa escasez de talento femenino, sino que crea un espacio donde las artistas no están al margen, sino en el centro. La curaduría de Alexis Figueroa, con su enfoque no jerárquico y polifónico, es una respuesta práctica a las ideas de Nochlin. Aquí no se busca una “gran artista” que represente a todas, sino una constelación de voces múltiples que hacen evidente la vitalidad, diversidad y profundidad del arte producido por mujeres.


Isabel Pérez Franceschini (Foto suministrada por el curador Alexis Figueroa)
Isabel Pérez Franceschini (Foto suministrada por el curador Alexis Figueroa)

Durante gran parte del siglo XX, las artistas puertorriqueñas fueron relegadas a los márgenes de la historiografía oficial, a pesar de su activa participación en la construcción de un lenguaje visual nacional. Figuras como María Luisa Penne, pionera en empoderar a la mujer artista en Puerto Rico; Olga Albizu, galardonada por su expresionismo abstracto; Myrna Báez, reconocida por retratar con sensibilidad crítica la identidad caribeña; y Noemí Ruiz, una de las primeras en explorar la abstracción geométrica en el Caribe, fueron fundamentales en moldear la industria artística de Puerto Rico. Sin embargo, sus aportaciones fueron sistemáticamente opacadas por una narrativa centrada en lo masculino y lo figurativo. La exposición Puerto Rican Women In Arts no parte de cero, sino que se erige sobre esta genealogía muy conocida pero poco reconocida, al retomar esa línea de creación y resistencia que ha estado siempre presente, pero pocas veces celebrada como colectivo. Al hacerlo, devuelve visibilidad histórica a las precursoras y plantea una conversación intergeneracional que reconoce las continuidades y rupturas en el arte hecho por mujeres.


A 35 años de la exposición Mujeres artistas: protagonistas de los ochenta (1990), organizada por la Asociación de Mujeres Artistas de Puerto Rico (AMAPR), es revelador observar ciertas continuidades y rupturas. Ambas exhibiciones comparten la intención de visibilizar a artistas mujeres y generar espacios donde lo femenino no sea un “añadido”, sino un sujeto central. No obstante, la muestra de 1990 estaba constituida en torno a un grupo definido de la élite artística, se enfocaba en medios más legitimados (pintura, grabado, cerámica) y operaba dentro de una lógica institucional —museos y programaciones oficiales—. En contraste, Puerto Rican Women In Arts es expansiva en formas, edades, geografías y soportes. Es una constelación polifónica, no un círculo cerrado. Mientras la AMAPR jugó un rol indispensable en abrir brechas durante los ochenta y noventa, la muestra contemporánea va más allá: incorpora a creadoras de la diáspora, medios considerados “menores” (como el textil o el collage), y prácticas más experimentales.

Maribel Canales (Foto suministrada por la Liga de Arte de San Juan)
Maribel Canales (Foto suministrada por la Liga de Arte de San Juan)

Puerto Rican Women In Arts funciona también como un archivo viviente. Su carácter masivo, heterogéneo y transitorio captura un momento cultural irrepetible, donde las prácticas artísticas de las mujeres puertorriqueñas se presentan en toda su diversidad. Este archivo no es estático ni museográfico, sino afectivo y político. En lugar de cristalizar un canon, plantea una constelación de posibilidades que podrá ser consultada, referenciada y expandida por futuras generaciones de curadores, investigadores y artistas. Ante la ausencia de sistemas institucionales robustos que documenten sistemáticamente el trabajo de mujeres artistas en Puerto Rico, esta muestra cumple una función urgente: la de registrar, nombrar y validar.


Una de las dimensiones más poderosas de la exposición es su énfasis en la diáspora puertorriqueña como parte integral del panorama artístico nacional. Al incluir creadoras radicadas en ciudades como Chicago, Nueva York o Miami, la muestra rompe con las lógicas centro-periferia que históricamente han marcado la relación entre el archipiélago y su diáspora. Lejos de ser una extensión o un anexo, las artistas puertorriqueñas fuera del archipiélago —o en el vaivén— traen consigo vivencias, lenguajes y urgencias propias que enriquecen el diálogo colectivo. La experiencia de desplazamiento, migración, adaptación y resistencia está presente en muchas de las obras expuestas, lo cual refleja una geografía emocional transnacional que desafía los límites insulares. En este sentido, la exposición no solo es una muestra de arte, sino una declaración política: ser puertorriqueña —y ser artista— no está condicionado por la ubicación geográfica, sino por una memoria cultural compartida que se reinventa desde múltiples territorios.


Edra Soto (Foto suministrada por la Liga de Arte de San Juan)
Edra Soto (Foto suministrada por la Liga de Arte de San Juan)

La exhibición, por otro lado, ha tenido una presencia activa en redes sociales. El hashtag #PuertoRicanWomenInArts, junto a stories de visitantes, ha permitido una difusión orgánica, espontánea y emotiva. En Instagram, Alexis Figueroa ha compartido grupos de imágenes de las obras exhibidas. El acogimiento y la emoción expresada en los comentarios evidencian cómo la muestra establece identificaciones inmediatas. A nivel local, se llevó a cabo un conversatorio entre algunas de las artistas —moderado por la artista y gestora cultural Norma Vila—, así como visitas guiadas orientadas a fomentar acciones de educación informal y sensibilización.


La exposición articula una narrativa simbólica potente: el cuerpo, en su diversidad de tonos, géneros y memorias, se convierte en campo de resistencia. Piezas como las de Maribel Canales, con su autorretrato trenzando cabello ancestral, o Ivelisse Brignoni, con su figura surreal que cuestiona lo caribeño, no solo representan, sino que funcionan como actos de memoria, resignificando historias y territorios. De manera similar, los paisajes intervenidos —como los plátanos y montañas— generan una cartografía afectiva en la que las artistas reclaman, desde lo íntimo, una pertenencia profunda a Puerto Rico. Esta acción pone en diálogo el cuerpo y el espacio insular con los procesos históricos de migración, colonización y (re)existencia cultural. Y en estas intervenciones, la memoria individual se une a la memoria colectiva.


Yamileth Flores (Foto suministrada por la Liga de Arte de San Juan)
Yamileth Flores (Foto suministrada por la Liga de Arte de San Juan)

La curaduría de Alexis Figueroa consigue algo extraordinario y es dar espacio y coherencia a una constelación de voces visuales sin reducirlas a un discurso único. Cada obra está en su lugar, y el resultado es una experiencia visual y emocional poderosa, que logra conmover sin saturar, provocar sin imponer. La iluminación distribuida, la numeración lúdica y la diversidad técnica refuerzan una política de la igualdad visual en la que no hay centro dominante, no hay obra “fundacional”, sino un tejido colectivo. Ese tejido resuena con las estrategias curatoriales afectivas latinoamericanas contemporáneas, que descolocan el discurso binario (curador-artista), abriendo el terreno a lo interpersonal.


La iniciativa Puerto Rican Women In Arts surge, en principio, sin el respaldo directo de museos, universidades o el Instituto de Cultura Puertorriqueña, y eso marca tanto una limitación estructural como un valor distintivo. En Puerto Rico, el coleccionismo institucional y la representación en espacios oficiales tradicionalmente han excluido sistemáticamente a las artistas mujeres. Esto, por un lado, evidencia el vacío que ha dejado el Estado en su responsabilidad cultural; por otro, resalta la relevancia de gestoras independientes como Trailer Park Proyects y Alexis Figueroa como agentes curatoriales y organizativos.


Juanita Lázaro (Foto suministrada por la Liga de Arte de San Juan)
Juanita Lanzo (Foto suministrada por la Liga de Arte de San Juan)

A diferencia de los grandes museos, este tipo de proyectos autogestionados opera con recursos mínimos y redes colaborativas, lo que evidencia cómo la curaduría comunitaria —muchas veces afectiva y feminista— suple el rol institucional. Se convierten en espacios de visibilización, no solo de obras, sino también de historias invisibilizadas, curiosamente sin replicar la lógica vertical de las instituciones tradicionales. Esta muestra, en ese sentido, puede leerse como una acción política que repara los tejidos del ecosistema cultural puertorriqueño.

Puerto Rican Women In Arts es, sin duda, una cita imprescindible para entender el momento actual del arte puertorriqueño desde una mirada crítica, afectiva y profundamente diversa.


La exhibición estuvo abierta al público hasta el 11 de julio de 2025, en la Liga de Arte de San Juan. El horario de visita fue martes y miércoles de 8:30 a.m. a 9:00 p.m., y jueves a sábado de 8:30 a.m. a 5:00 p.m.



Sobre la autora: Ana Hilda Figueroa de Jesús es curadora y crítica de arte que vive entre San Lorenzo (Puerto Rico) y la ciudad de Nueva York. Especializada en comunidades caribeñas, latinoamericanas y latinx, su investigación se centra en la memoria, el afecto y las nociones de tragedia/paraíso en el arte contemporáneo. Ha colaborado con la UNESCO, ArtNexus, The Latinx Project, el Solomon R. Guggenheim Museum y el Museo de Historia, Antropología y Arte de la UPR, entre otros. Ha sido reconocida por la Asociación de Museos del Caribe, la Asociación Internacional de Críticos de Arte y el Consejo de Bibliotecas y Recursos de Información. Posee una maestría en Estudios Latinoamericanos y del Caribe, así como un certificado avanzado en Museología por la Universidad de Nueva York (2024), y un bachillerato en Historia del Arte por la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras (2021).




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