La profesora y crítica de arte Yolanda Wood escribe sobre las dos recientes exhibiciones en San Juan de la artista puertorriqueña
Después de los retrasos que trajo la pandemia, las obras de la artista plástica puertorriqueña Imna Arroyo han llegado a Puerto Rico para mostrarse en dos exposiciones. La primera se llevó a cabo en octubre de 2022 en el Museo Biblioteca la Casa del Libro, y la segunda, abrió el pasado mes de octubre en el Museo de Las Américas, donde permanecerá hasta junio del 2024. Para la realización de estas muestras, la artista y el curador Humberto Figueroa realizaron una actualización de sus estrategias expositivas, pues el paréntesis de la Covid-19 fue también un buen momento para continuar las exploraciones y enriquecerlas de acuerdo con el binomio reactivo y entusiasta que integran Imna Arroyo y Figueroa.
La primera de las exposiciones, “Aliento Divino”, tuvo sitio ideal en La Casa del Libro, en San Juan, y fue esencialmente de trabajo gráfico sobre diversos soportes. La autora hizo honor al lugar escogido, al mostrar libros de arte y portafolios de sus últimas décadas, lo que supone su más completa presentación en esas variantes de impresiones cargadas de la manualidad y sensibilidad que tanto le motivan. Acompañaban a los libros todo aquello que los inspiró, lo que significa decir un mundo de bocetos, acuarelas y esculturas de pequeño formato e impresiones en textiles. Y es que el universo de referencias que interesan a Imna, el de la africanidad ancestral, sus orichas tutelares y su propia práctica, solo existen integrados de manera compuesta y en relación. Se trata de un saber que es ya algo incorporado al universo de la creación artística de Imna Arroyo como uno de los grandes poderes que aportan el estudio incesante, la creencia y la ritualidad. Esos mundos, todos, se interconectan y se aportan préstamos de sentido.
“Y es que el universo de referencias que interesan a Imna, el de la africanidad ancestral, sus orishas tutelares y su propia práctica, solo existen integrados de manera compuesta y en relación. Se trata de un saber que es ya algo incorporado al universo de la creación artística de Imna Arroyo como uno de los grandes poderes que aportan el estudio incesante, la creencia y la ritualidad” —Yolanda Wood
En dibujos y en estampas, proponía la visualización de lo simbólicamente invisibilizado, un cambio de escenario para imágenes ocultas, para “…ser y llegar a ser, en una compleja sociedad deshumanizante. Se trata de independencia. Se trata de la libertad”. Así me lo compartió Imna cuando conversé con ella en el 2020 con motivo de su exhibición “Travesías/Crossings”, que originalmente estaba pautada para llevarse a cabo en septiembre de 2020.
Algunos títulos (de esa muestra en la Casa del Libro) resultan muy elocuentes: “No me encajones I y II” (1983) y “Saliendo de la oscuridad” (1985). En ellas el impulso abstracto en el que transcurrieron sus años de formación en instituciones de los Estados Unidos, articulan un discurso visual de fuerte carga expresiva y gestual que personalizan su interés por hacer también, desde el arte, un acto de liberación individual y colectiva, en temas de género y puesta en valor de la figura femenina, contrarias a toda discriminación y exclusión.
Para la exposición “Aliento Divino”, la artista declaró, “usé el libro de Elegguá que imprimimos en La Habana como punto de partida para hacer la instalación”. Obra en la que, también por procedimientos gráficos, la artista mostraba los atributos que distinguen a este y a otros orichas bajo el título “La Sagrada familia” (2012), un compendio imprescindible de textos e imágenes que los sitúa a todos en ese lugar transversal donde se unen los caminos pero cada uno con su propia identidad. Presentado en la Casa de África en La Habana en agosto de 2013, el acto resultó un despliegue performativo donde las deidades se dieron citas con sus atributos y danzas propias. Fue un verdadero disfrute para todos los presentes, entre los que me encontraba, compartir con ellos y apreciar esos imaginarios creadores cuando los orichas son convocados e interpelados y se muestran en toda su dimensión cultural, como los comprende la artista.
Con motivo de la muestra, escribí en ese momento: “Entonces las rutas se hicieron diversas. La artista viajaba con las alforjas cargadas de su universo simbólico, de su iconografía personal de clara base gráfica sin los artificios de la perspectiva, en el que la frontalidad de las imágenes visualiza una claridad expositiva que parece confirmar que: los misterios existen, se revelan solo ante los actos de fe…y lo que se sabe no se pregunta. El silencio ancestral es fuente de vida y existencia. Imna Arroyo se sintió entre los elegidos, recibió la Mano de Orula y Olokum, hizo Santo y les ofreció cajón a los ancestros. Salió de Cuba con todos los atributos de las deidades protectoras de la tradición yoruba. Había estudiado e investigado los referentes, los textos emblemáticos de Lydia Cabrera y Fernando Ortiz que aportaban sustancia a la leyenda, también tenía aprendidas las enseñanzas de su madrina, quien según la ritualidad afrocubana de la santería la hace guardiana de una memoria y un saber”.
El primer oricha convocado para estas exposiciones fue Elegguá. Así se le rendían los honores de todos los comienzos para abrir las puertas a las muestras de Imna de octubre 2022 y 2023 en San Juan. A la vez, el mensajero de todos los orichas los hizo parte del acontecimiento. Como metáfora de la ritualidad ceremonial de la santería, Elegguá le abría otra vez los caminos a la artista después de aquella primera exposición itinerante “Buscando mis huellas”, de 2002, con la que volvió a su isla y a su pueblito costero de Guayama que la vio nacer.
La pieza “Aliento Divino” que centra la atención de la muestra, del catálogo y da nombre a la exposición celebrada en la Casa del Libro, es todo un símbolo de las fuerzas visuales y las energías propias de Eleggúa en su relación con Eshú, según las exploraciones seguidas por la autora en los orígenes nigerianos de estos orichas pues afirmó “estuve sumergida en todos los aspectos de Elegua”. En la obra se distinguen, a manera de una puesta en balanza los dos colores, el rojo y el negro, que a su vez constituyen lo dual de la existencia en términos del bien y el mal, lo positivo y lo negativo, la vida y la muerte… Pues, como en toda la filosofía que habita en estos fundamentos de la creencia en la Regla de Osha-Ifá, esos poderes coexisten en equilibrio, pero cada uno con sus potencias reservadas para actuar según las circunstancias.
A la manera de una instalación de piso pero desligada de él por una “estera” negra como se suele emplear en los tronos –altares en la santería–, la pieza nos remite a la estructura de un altar simbólico de forma circular donde los colores del orisha se superponen e interconectan en bandas que le proporcionan altura a la pieza. Se hace así para distinguir la balanza superior, en la que se multiplican los ojos que todo lo ven, como poder supremo que puede actuar sobre el destino entre el aquí y el allá, entre lo divino y lo terrenal, lo que se fortalecía museográficamente con la obra situada sobre pedestal que reiteraba la multiplicidad de la mirada. El rojo y el negro se distinguían en el trabajo curatorial y en los criterios de montaje lo que daba mayor fuerza al conjunto expositivo. De igual forma lo hacía el eficaz empleo en impresiones sobre tela con los círculos concéntricos que volvían a entablar diálogo con la pieza central de la muestra, ahora colgadas desde el techo, mientras en los muros lo femenino y lo masculino, los trayectos y los caminos, el garabato y los trajes rayados completaban una visión orgánica y coherente de todo lo que este oricha mayor posee como atributos que lo identifican en sus poderes. Hasta las losas del piso de cuadros blancos y negros parecía aportar sentido a toda la muestra.
Travesías / Crossings
La actual exposición que se muestra en el Museo de Las Américas lleva por título “Travesías/ Crossings”, mismo con el que realizó un libro de artista en 1989 que integra la exposición “Aliento Divino” y que anunciaba la aventura exploratoria que surgió desde el “espacio intersticial” del migrante, el in-between que describe Homi Bhabha, que provee “el terreno para elaborar estrategias de identidad” hacia un universo transnacional como nueva morada diaspórica, temas de máxima actualidad e interés para los análisis de la imagen en espacios de experiencias compartidas. una serie de impresiones sobre tela con múltiples signos de temporalidades diversas que parecen presagiar su primer desplazamiento a África, en 1997. No valía solo saber que las fuerzas mágicas de los antiguos esclavos estaban aquí, la artista quería volver al encuentro de sus lugares de memoria. Sus itinerarios transversales sobre el Atlántico, entre las Américas continentales, insulares y África brindaron nueva sustancia a sus propuestas. Ella misma, como protagonista del viaje, propició el cruzamiento de referentes , los diálogos y convergencias de carácter ancestral sobre saberes que trajo de vuelta a sus procesos de creación para así deshacer –también- el traumático proceso de despojo y saqueo de los soportes de visualidad y de las prácticas de artisticidad durante la travesía de los esclavizados, y hacerlas parte de su quehacer en la reapropiación del pensamiento religioso del África occidental, en las formas de escritura gráfica del pueblo Akán y los símbolos adrinkra, así como las técnicas del batik y de los tejidos de Ghana.
Todas estas fuerzas simbólicas rehabitan esta exposición en San Juan y son ejes retrospectivos de ciertas instalaciones como “Sankofa”, en la que integró cerámica y tapices. Las imágenes aluden a un ave de los pueblos Ashanti que vuelve su cabeza para mirar atrás. En ella se destaca la figura del ave integrada a hermosas vasijas de barro, rodeadas de sus propios fragmentos, que como huellas de la totalidad cuestiona el tiempo de la historia y los vestigios de la memoria. Con el gesto se refuerza el sentido mítico del retorno que tan significativamente marcó la vida y obra de muchos caribeños como Aimé Césaire en el “Cuaderno del retorno al país natal” o de Wifredo Lam cuando pintó de vuelta a La Habana, “La Jungla” y otras piezas trascendentes. En esa noción de regreso que sublima Imna en sus imágenes se concentra la búsqueda de los orígenes perdidos en la trata atlántica, y de los siglos de deshumanización esclavista. Lo que conecta esta pieza con “Las Abuelas. Los Abuelos. Los ancestros”, y me indicaba la artista que investigando para esta obra “encontré tres de mis ancestros en el registro de esclavos de Puerto Rico… Esta pieza está dedicada a ellos”.
Ese deseo de saber, esa necesidad de recuperar lo perdido, nos remite también al recuerdo de dos poemas “La balada de los dos abuelos” de Nicolás Guillén, quien describe metafóricamente a esas figuras como “sombras” que solo él ve, como sus escoltas, así lo dice, lo que alude a la protección que les brindan. Y “El apellido” donde el poeta revisa los silencios de la historia no contada o más bien interrumpida por los que no solo no querían conocerla sino preferían olvidar, y lo expresa:
¿Sabéis mi otro apellido, el que me viene
de aquella tierra enorme, el apellido
sangriento y capturado, que pasó sobre el mar
entre cadenas, que pasó entre cadenas sobre el mar?
¡Ah, no podéis recordarlo!
Lo habéis disuelto en tinta inmemorial.
Lo habéis robado a un pobre negro indefenso.
Lo escondisteis, creyendo
que iba a bajar los ojos yo de la vergüenza.
…
Brilla mi voz como un metal recién pulido.
Mirad mi escudo: tiene un baobab,
tiene un rinoceronte y una lanza.
Yo soy también el nieto,
biznieto,
tataranieto de un esclavo.
(Que se avergüence el amo).
¿Seré Yelofe?
¿Nicolás Yelofe, acaso?
¿O Nicolás Bakongo?
¿Tal vez Guillén Banguila?
¿O Kumbá?
¿Quizá Guillén Kumbá?
¿O Kongué?
¿Pudiera ser Guillén Kongué?
¡Oh, quién lo sabe!
¡Qué enigma entre las aguas!
Para descubrir esos enigmas, no valía solo saber que las fuerzas mágicas de los antiguos esclavizados estaban aquí, sino poder producir el reencuentro con esas genealogías ancestrales como lugares afectivos de la memoria.
Resulta interesante apreciar las escalas y dimensiones de las obras que integran esta muestra en el Museo de Las Américas en correspondencia con el propio espacio y sus significados en la cultura puertorriqueña contemporánea. Las piezas han redimensionado sus propias escalas en esta muestra retrospectiva. Así ocurre con “El Hilo Ancestral del Legado”, que también aparece en algunas fuentes como “El Legado”. La pieza se desplaza por el ámbito expositivo para exigir los recorridos del espectador , valorando así el adentro y el afuera de lo que observa, ya que los botes solicitan que nuestra mirada se vuelque a su interior para allí descubrir motivos impresos que reaparecen en las telas de satén enmarcadas con paño kente y en los torsos de las figuras hechas con papel manufacturado, contrastando con los blancos dominantes de todas las superficies, y que proceden también de Akan, en los territorios de Ghana y Costa de Marfil (África Occidental). Son parte de los “símbolos adinkras, que son un conjunto de ideogramas, es decir, símbolos gráficos que se utilizaban para imprimir telas para la ropa, cerámica y objetos, entre otros… y pretendían representar los valores de la comunidad, las ideas y los proverbios, además de utilizarse en ceremonias y rituales, por ejemplo, en funerales y homenajes a líderes espirituales”, como explica la experta en simbología Juana R. Ortiz en la página web Significados de símbolos.
En esos trayectos peligrosos por las aguas del Middle Passage, reino marino de Yemayá, ella ha sido la guardiana de quienes vivieron esa muerte traumática para habitar definitivamente en las profundidades del océano. En su pieza “Las muchas caras de Yemayá” (2000), presenta en imágenes los caminos del oricha, que son diversos, incluida su propia visión de sirena tal como se le piensa en las creencias del Candomblé brasileño. Y en “Yemayá, cuerpo de agua” (2002), empleó recursos instalativos y soportes audiovisuales para lograr una verdadera apoteosis en cuanto al uso de materiales y medios artísticos en los que, como honor a la deidad primaban visualmente el azul, el barco y el viaje. Elementos que se reactivan en “Los Ancestros del Pasaje”, realizada con impresos en seda y otras telas que ofrecen todos los colores posibles a un mar de resurrecciones, que adquirió gran espectacularidad en el montaje por el cierre que le ofrece a todo el entorno de la pieza con telas impresas de “Senda de huesos”.
De ese mar sobre el suelo, emergen en continua procesión ante nuestros ojos, los bustos de aquellos que por siglos quedaron atrapados para reaparecer en un peregrinaje simbólico con sus manos en posición de sincera confianza y verdad. La artista expresó en entrevista con el periódico El Nuevo Día: “En mi obra quiero tener una comunicación con los ancestros que vivieron del medio pasaje. Los ancestros que nos acompañan, esos espíritus que están con nosotros”.
El Iroko, título empleado por la artista en más de una pieza, es un tema que ha hecho suyo con gran personalidad en los últimos años. “El árbol de la vida”, creado especialmente para esta muestra, tiene en la base de su escala monumental nueve bustos de fibra de vidrio que aluden al soporte ancestral sobre el que crecen y fructifican el árbol y la vida. Ha incorporado a la obra una serie de dibujos en guache, impresiones en seda y chifón realizados en Eco Print, técnica que ha empleado por primera vez, utilizando las plantas mismas como pigmento para aportar no solo la fuerza sensible de lo orgánico y natural, sino también el sentido de sustentabilidad con materiales no contaminantes del medio ambiente y brindar así resultados muy interesantes visualmente. La artista con entusiasmo me dijo: “¡Es pura magia!”. El día sábado, 4 de noviembre, en el que estoy poniendo punto final a este artículo, Imna se encuentra ofreciendo un taller sobre Eco Print en el Museo de Las Américas, poniendo en valor su permanente condición de maestra gráfica y la solidaridad compartida de su espíritu inquieto en lo ético y lo estético. ¡Enhorabuena, Imna!
