A sus 80 años, el artista no solo mira hacia uno de los corpus conceptuales de mayor trascendencia en la historia del arte puertorriqueño, sino que continúa dedicado a la creación de manera activa
Lope Max Díaz se sienta frente a la pared de su estudio, bajo “Soplo de vida” (1996), una obra en la que una pintura está dando a luz a otra pintura, que a su vez está también dando a luz. Seis figuras, en forma de navíos, flotan sobre una expansión verde oscuro, que se sale del cauce de su marco y se desborda, arrastrando y empujando su bastidor, hacia una pequeña pintura, de la que está naciendo otra forma de navío: pero no llega a su natalidad. Lope tiene cinco hermanas, y un hermano que no gozó del soplo de vida; seis figuras que flotan sobre el mundo, una que no llegó a nacer.
A sus 80 años, Max Díaz no solo mira hacia uno de los corpus conceptuales de mayor trascendencia en la historia del arte puertorriqueño, sino que continúa dedicado a la creación de manera activa. Precisa el año 1966 como el que marca el inicio de su pintura, a través de una obra abstracta que alude a un areyto taíno. El centro de la obra, de pinceladas anchas, se ilumina como por las llamas de una fogata, rodeada por la oscuridad de la noche.
“Cuando la escuela (de arquitectura) se inauguró en 1966”, recuerda Lope Max, “yo estaba terminando ese mismo año mi bachillerato en Bellas Artes (del cual se gradúa en la Universidad de Puerto Rico, bajo la tutela de insignes como Félix Bonilla Norat). Yo siempre quise estudiar arquitectura, pero no había escuela. Solicité admisión y me aceptaron… era parte de la primera clase”.
Su estudio es reflejo natural de su manera de ver el mundo, meditativa y arquitectónica. Este, de múltiples paredes amplias, fue habilitado por él mismo. Sus herramientas de trabajo se encuentran a la mano, listas para cada corte, cada línea y tono.
Para mediados de los sesenta, Estados Unidos enfila sus fusiles. La nación entra a la guerra de Vietnam, estableciendo el servicio selectivo. “Yo estaba en cuarto año (de arquitectura). No quería ir a Vietnam, tampoco quería ir a la corte federal”, nos dice Díaz. “Yo tenía un aplazamiento de 2S (catalogación que lo eximía del servicio militar), era estudiante, pero entonces me la cambiaron a 1A, porque ya yo tenía bachillerato… entonces me metí al magisterio público… La idea mía era, ‘después que esta guerra se acabe, yo vuelvo a arquitectura’. Pero la experiencia de enseñar me empezó a gustar cada día más”, revela.
Dedicado a la docencia, ejerce como maestro de arte en la Escuela Luchetti en San Juan. Es allí donde en 1970 la maestra, Katherine Ramírez de Arellano, trae a un estudiante talentoso que hacía paquines para que se desarrollara bajo la tutela de Lope. Su nombre era Arnaldo Roche Rabell, quien coincidiría en el salón con otro estudiante, Julio Espada, futuro diseñador de moda. Los paquines de Rabell, nos dice Lope Max, eran excepcionales y siempre retrataban una constante: un superhombre que rescataba a una mujer. Quizás, de manera inconsciente, reflejando el ansia de salvar a su hermana, quien fue asesinada frente a sus ojos por su hermano mayor –paciente de esquizofrenia–, con el revólver de su padre.
Lope Max fue cultivando y dirigiendo su potencial. “Ellos garabateaban, formaban unos escándalos… especialmente con Roche”, recuerda. “Arnaldo, mira, de ahora en adelante yo te voy a poner una mesa acá aparte y tú haces tus cosas acá… Y de momento me sentaba en el escritorio y sentía (escuchaba) un papel, tú sabes, roto. Y era Roche”. Lope Max se levantaba de su escritorio y se dirigía a donde el joven. “Ven acá, ¿Qué tú haces?” A lo que este respondía: “No, esto no sirve”. Pero el maestro le decía, “Antes de botarlo, enséñamelo a mí”. “Siempre fue bien respetuoso y me decía ‘está bien, míster’”, rememora el artista.
Recordando esos tiempos, nos relata: “Yo les decía a mis compañeros de arte, cuando hacíamos reuniones de maestros, que yo me sentía un maestro privilegiado porque tenía los dos estudiantes más extraordinarios en el sistema público. Ellos se reían”. Años más tarde, Lope Max recibiría una llamada en la madrugada. Era Arnaldo Roche Rabell, desde Chicago. Quería compartir con él, a manera de urgencia, que acababa de recibir el premio mayor en la exhibición del Chicago Art Institute, el James Nelson Raymond Traveling Fellowship, que le proveía una beca para viajar a Italia, una de las mecas para el estudio del arte.
Lope Max Díaz se ha valido de la abstracción como lenguaje universal, utilizando la libertad de expresión que esta ofrece, particularmente enfocado en el estilo “hard-edge” en el que las áreas de color son sólidas y terminan en líneas sin gradientes y el constructivismo que utiliza formas geométricas como reflejo de la sociedad moderna y el urbanismo.
Estamos frente a “Autorretrato” (1967), obra en la que se retrata a sí mismo de manera expresionista. “Es el único autorretrato que he hecho”, nos dice. Influenciado por la obra de Rothko (para estudiar con él se matricula en Hunter College, N.Y., sin embargo, el artista expresionista abstracto se privaría de la vida unos meses antes de su llegada), de Malevich y del profesor de historia del arte Howard Davis, su obra está velada por una aparente simpleza. Sin embargo, tiene un alto grado de complejidad que solo se puede alcanzar mediante una ardua meditación sobre la idea y el dominio del medio. Esto lleva su obra a interactuar, de manera natural, con el espectador.
Ejemplo de ello es la creación de imágenes en negativo, como se aprecia en “Turbulencia detrás del plano pictórico” (2023). Esto resulta de pegar la forma deseada al reverso del lienzo y proceder a ejercer fuerza sobre él adhiriéndolo al bastidor, creando la ilusión de una silueta escondida, en movimiento o escapatoria, detrás del lienzo.
“Desbordamiento (Overflow)” (2024), presenta una obra que se sale por una rendija del vidrio frontal: lo que se escapa de la tensión. Escuchar a Lope Max da vida a sus obras, se revela ese instante dinámico-estático en el que se paraliza el tiempo. Su versatilidad lo lleva a elaborar no solo la pintura, sino la entereza de la pieza. El bastidor, la manipulación del lienzo, el marco e incluso el medio para colgar la obra a la pared –“lo que no se ve” nos dice, de la obra– se transforma en una parte intrínseca de esta.
El énfasis en la importancia del concepto, la idea, lo llevó a establecer lazos de fraternidad y aprecio con Luis Hernández Cruz (quien cuelga orgullosamente una obra suya en su recibidor y fue su profesor de pintura), Paul Camacho y Antonio Navia. Con estos establece el grupo FRENTE en 1977, como una forma de hacer presente el arte abstracto en Puerto Rico. La abstracción no tuvo fácil aceptación en la isla. Se visualizaba como un arte extranjero, asimilista. “Hicimos exhibición individual y como grupo. Hicimos portafolios… hicimos periódicos y los congresos. Lo otro era seguir trabajando y la realidad es que éramos individuales, independientes… y que una audiencia mayor supiera (sic.) que existe este grupo de artistas que son puertorriqueños y que dentro de lo que estamos haciendo, está nuestra identidad” recalca Lope Max. “No está de una forma bien explícita: de una bandera, una palma de coco, una playa. Pero está ahí, en el caso mío en el colorido, en los títulos”. Explica Díaz, que “cuando llegué a Estados Unidos, acá a estudiar, la primera pintura que hice, digo, Ay… ¿el título lo pongo en inglés o en español? Yo nunca había pensado en eso… ¿En inglés y le doy subtítulos en español? No. Yo soy puertorriqueño… le doy una traducción de cortesía. Pero esa cuestión de identidad surgió ahí, en el título. El noventa y nueve por ciento de mis títulos son en español”, dice.
En 1988, luego de haber ejercido como instructor por diez años en la Universidad de Puerto Rico y cuatro años como asistente de profesor de diseño en la Escuela de Arquitectura de la misma institución, acepta un ofrecimiento de cátedra en la Universidad del Estado de Carolina del Norte, donde se establece con su familia hasta el día de hoy. Pero su traslado no se debe solo a eso, sino que fue un sacrificio, un aislamiento creativo para poder centrarse en su labor creativa, sin distracciones. Este alejamiento lo ha apaciguado con frecuentes visitas a la isla y con exposiciones en diversos espacios en Puerto Rico.
“En los últimos años la obra de Díaz se ha enfocado, a manera de perpetuación, en la efigie de su hijo, Lope Max II, quien falleció en 2017. La inquietud de que lo alcanzara la muerte sin haber dejado constancia en su obra de la vida de su hijo, lo lleva a explorar diferentes composiciones, técnicas, inclinaciones y colores que plasman la trascendencia del ser” – Jorge Rodríguez Acevedo
En los últimos años la obra de Díaz se ha enfocado, a manera de perpetuación, en la efigie de su hijo, Lope Max II, quien falleció en 2017. La inquietud de que lo alcanzara la muerte sin haber dejado constancia en su obra de la vida de su hijo, lo lleva a explorar diferentes composiciones, técnicas, inclinaciones y colores que plasman la trascendencia del ser. “Esta fue la primera que hice”, recalca al mostrar “Just looking for peace/ Maxito 1” (2020), de colores coléricos, sobrios, tristes. “Yo dije, yo no puedo continuar, Maxito no era así, y por eso fue que me solté en color”. El uso de su silueta no solo ha dado registro de una vida, de la inmortalidad del ser y la memoria, sino que ha sido la catarsis de un padre, la terapia y una cronología del duelo y la sanación. Muchas de estas obras, las exhibe hasta el 20 de diciembre en la Galería Masters Puerto Rico, ubicada en la calle Tetuán 202, en el Viejo San Juan, donde se presenta su muestra "Ecos visuales de la ausencia".
Lope Max Díaz piensa que solo ha hecho un autorretrato, ese de 1966. Pero cabe señalar que, desde su estudio, el artista ha trascendido (y continúa trascendiendo) uno de los preceptos básicos del “hard-edge” y el constructivismo: la impersonalidad de la obra. Cada obra suya es autobiográfica. Todo lo matiza su vida y experiencias. Por ello, cada obra suya retrata una parte de su ser; son, cada una, en sí mismas, autorretratos.
Sobre el autor: Jorge Rodríguez Acevedo es analista, teórico y escritor de temas culturales, enfocado en arte puertorriqueño. Cuenta con un bachillerato en Filosofía de la Universidad de Puerto Rico, recinto de Mayagüez, y realiza una maestría en Humanidades y Estudios Culturales de la misma institución. Se ha desempeñado en la docencia y en la labor museística.