La exhibición, que abrió sus puertas el 16 de noviembre de 2024 y continuará hasta el cierre de la Bienal el 28 de febrero de 2025, cuenta con la participación de las artistas puertorriqueñas Elsa María Meléndez, Anaida Hernández y Gisela Colón
Con la curaduría de José Manuel Noceda y Jorge Fernández, como parte de la XV Bienal de La Habana, se inauguró una exposición sin precedentes que reúne a mujeres artistas del Caribe. La muestra, titulada “La tradición se rompe pero cuesta”y auspiciada por la Oficina Regional de Cultura de la Unesco –radicada en Cuba–, abrió sus puertas el 16 de noviembre de 2024 en el Edificio Arte Universal del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) y continuará hasta el cierre de la Bienal, el 28 de febrero de 2025.

Algunas de las artistas participantes ya habían tenido destacadas participaciones en ediciones anteriores de la Bienal y ahora vuelven constantes y renovadas en sus propuestas artísticas; mientras que aquellas que forman parte por primera vez, muestran la potencia creadora de sus obras. Todas integran un discurso que no solo resalta su condición femenina, sino que la pone en valor desde una dimensión contemporánea, crítica y decolonial.
Y la tradición se rompió…
Si bien ha costado romper con la tradición –por la permanencia de estereotipos y una devaluación patriarcal de base histórica–, esta exhibición se ha logrado gracias a la voluntad y deseos siempre esperanzadores de cambio. Así, la presencia de la mujer en el arte del Caribe encuentra en estas artistas un representativo botón de muestra, por lo que significan y aportan como seguidoras también de la estirpe de tantas que dejaron sus marcas en la trayectoria de las artes caribeñas.
Los nombres son altamente reveladores de esa significación: Barbara Prézeau-Stephenson (Haití), Jaime Lee Loy (Trinidad y Tobago), Belkis Ayón (Cuba), Elsa María Meléndez (Puerto Rico), Tabita Rezaire (Francia, residente en Cayena, Guyana Francesa), Annalee Davis (Barbados), La Vaughn Belle (Islas Vírgenes Estadounidenses), Joscelyn Gardner (Barbados), María Magdalena Campos Pons (Cuba), Alida Martínez (Aruba), Lisandra Ramírez Bernal (Cuba), Raquel Paiewonsky (República Dominicana), Joëlle Ferly (Guadalupe), Anaida Hernández (Puerto Rico), Guy Gabon (Guadalupe), Gisela Colón (Puerto Rico) y Jeannette Ehlers ( Dinamarca, Trinidad & Tobago).
El curador José Manuel Noceda expresó que “todas forman lo que yo defino como una sensibilidad de avanzada en el arte contemporáneo en esta región”, pues no solo abordan cuestiones de género, sino también cuestiones personales, de raza, autoridad, memoria histórica, los procesos de colonialidad y sus secuelas en los territorios. La artista puertorriqueña Elsa María Meléndez compartió una opinión similar en el medio Cuba Sí, al señalar que le parecía maravilloso ver cómo se unen las voces de tantas artistas femeninas caribeñas conectando en puntos comunes historias que aparentemente no guardan relación entre sí.
Recorrer la exposición en la sala transitoria del primer piso del MNBA, así como la extensión al espacio del vestíbulo de acceso y al segundo piso, constituye toda una experiencia de sensibilidad artística. En ellas se destacan las múltiples materialidades, la manualidad como recurso, las escalas de las piezas que combinan una diversidad de técnicas y medios artísticos desde los más tradicionales empleados de manera muy renovadora como la pintura, las impresiones, la fotografía de gran formato y las instalaciones, entre otras.
Al acceder al museo, impresionan los monolitos de gran escala de Gisela Colón que dan la bienvenida a los asistentes e impactan por sus efectos visuales que la artista combina en una intensa relación obra-naturaleza-vida, siempre contraria a la violencia. Por eso, ha dicho: “metafóricamente, mis esculturas son como balas transformadas en montañas. Canalizan las energías negativas, convirtiéndose en vehículos de energías de lucha, sobrevivencia y resiliencia”.

“La presencia de la mujer en el arte del Caribe encuentra en estas artistas un representativo botón de muestra, por lo que significan y aportan como seguidoras también de la estirpe de tantas que dejaron sus marcas en la trayectoria de las artes caribeñas” - Yolanda Wood
Detrás de la puerta de acceso a la sala, y en franca transparencia hacia el interior, se puede leer el título de la muestra “La tradición se rompe pero cuesta”, que alude al nombre de una pieza del maestro guitarrista, compositor y director de orquesta, Leo Brouwer.


Desde ese momento, impacta la obra de Barbara Prézeau-Stephenson, “Trenzas”, que se muestra de piso a techo, para revelar ese homenaje al trenzado y a la laboriosidad femenina, asociada a una tradición popular que tiene un origen de ancestralidad africana. Acompaña la instalación una pieza multimedia que da cuenta del taller en el que participaron una veintena de mujeres. Sus voces, sus cantos, sus risas, son testimonios del espíritu colaborativo que documenta el proceso de realización de la pieza.
Una vez al nivel de la muestra, después de descender varios escalones, y moviéndonos de izquierda a derecha, como solemos leer, aparece la pieza “In-Part” (2023-2024) de la artista Jaime Lee Loy. Esta ocupa toda la pared lateral en un múltiple montaje de 79 corazones frágiles y transparentes, que sería la edad que tendría su padre hoy, después de haber fallecido de un ataque cardíaco a los 39 años de edad. La artista aborda un tema de afectividad profunda que conmueve por el efecto matérico de la pieza y por su imagen de solemnidad y recuerdo.

En el muro perpendicular a la entrada, nos encontramos con dos autoras con dos piezas muy potentes: Belkis Ayón, con sendas obras en sus característicos impresos colográficos de altísimo nivel de realización, y la obra monumental de Elsa María Meléndez.

La pieza de la puertorriqueña se desplaza por el espacio a manera de una instalación expandida que incorpora en su realización el bordado sobre lienzo y medias de diferentes medidas, todas rellenas. Destaca en el conjunto, el autorretrato de la artista con el pecho desnudo, y desde la cintura hacia abajo, cubierta con lo volumétrico que generan las medias. La autora tituló la obra “Isla de las nostalgias”, que alude al “nido vacío” como resultado del éxodo de puertorriqueños a los Estados Unidos, y que es parte de su propia experiencia y de su vida íntima, en la que explora esas soledades y añoranzas.

Meléndez participa por primera ocasión en la Bienal de La Habana, y me expresó que se sentía muy honrada de estar en esa colectiva con mujeres caribeñas. “Cuando vi que Belkis Ayón estaba al lado mío en la muestra, pues por ahí comenzó la brujería y la magia de este evento”, dijo.

Inmediatamente, solitaria en una hermosa sala en contraste de muros color rosa, una silla ginecológica de más intenso rosado, soporta una instalación de video que de modo recurrente refuerza la idea del título, “Sugar Walls Teardom”, de la artista Tabita Rezaire (Fig. 9).

En su declaración, la artista dice que “explora las contribuciones de las mujeres negras para el avance de la ciencia y la tecnológica médica moderna”, por el modo en que fueron “utilizadas y abusadas en la explotación reproductiva y como conejillos de Indias en experimentaciones médicas…con esterilizaciones forzadas, experimentos anticonceptivos entre otras prácticas perversas de salud”.
Desplazándonos hacia los espacios del lado derecho del hermoso y limpio espacio museal, una puerta da acceso a una pequeña sala de proyección donde se muestra la obra en video de la artista de Guadalupe, Joëlle Ferly, bien conocida también por su labor fundadora de la Artocarpe, una institución de proyección artística local e internacional. La artista suma así una nueva participación en la Bienal de La Habana y en esta ocasión con la pieza “Revelando a Aponte” (2019), que fue parte del Proyecto Aponte (2018-19) que bajo la conducción artística de Edouard Duval Carrié reunió a varios creadores del Caribe y sus diásporas.
En su Declaración de artista, Ferly expresa: “A inicios del siglo XIX, José Antonio Aponte encarna la resistencia de un africano ante la injusticia del sistema esclavista en Cuba. Él encarna una de las formas más abyectas de las guerras coloniales, las que emplearon la tortura y la crueldad. El ahorcamiento no fue suficiente para castigar a este esclavo rebelde: era necesario un ejemplo. Era necesario instaurar el terror. Una forma de terrorismo sanguinario del que no hablan los libros de historia. Ahorcado y decapitado, su cabeza fue plantada en una estaca varios meses a la vista de todos como una advertencia”.
A continuación, cuatro fotografías en gran escala de Annalee Davis producen un tránsito de gran interés con su obra “Sweeping the Fields” (2016), con crédito fotográfico a Helen Cammock.

Con el gesto performático, la artista se hace protagonista del acto de “limpiar” el espacio de los campos de la vaquería Walker Dairy, donde vive y trabaja, y que antes fue una plantación azucarera. Al barrer esos espacios, la artista asume un tradicional rol doméstico, pero con la intencionalidad decolonial de mostrar las acciones simbólicas posibles en el territorio, con todas sus marcas post-plantación en su isla, que es, a su vez, un asunto común para todas las del Caribe.
En diálogo con la pieza de Annalee Davis, está la obra de Anaida Hernández, “Poder, Resistencia, Rebelión” (2024), que aporta un gran impacto de fuerza y color en otro muro perpendicular al acceso.

Se trata de una instalación también expansiva o explosiva, integrada por una pintura de gran formato y 38 piezas en relieve pinto-escultóricas, que declaran simbólicamente el poder de la vida. Esta obra, que llegó a la sala una hora antes de la inauguración –lo que significó un gran esfuerzo de montaje–, resulta en un enorme impacto por los conceptos y recursos visuales. La artista expresó que con ella conmemora los 30 años de la presentación de su obra, “Hasta que la muerte nos separe” en la Bienal de La Habana de 1994, y es una respuesta a “un mundo que arde en confusión y violencia”. El tema es una batalla campal entre buitres que salen de la pintura y se transforman en otro espacio como un “un mural fantástico” donde todos los animales representados encuentran su libertad.
La instalación abre un espacio lineal en profundidad en el que resaltan dos obras: una es la de la artista La Vaughn Belle, quien presenta una pieza muy original, realizada a base de platos desechables empleando como recurso visual el círculo con todo su sentido simbólico de “perfección” e “idealidad”. La artista, natural de las Islas Vírgenes Estadounidenses, reconstruye un paisaje en tonos de tierra, vegetación y agua que remite a la tropicalidad insular, pero de manera muy sintética y curiosa por la materialidad de soporte y su coherente integración en la narrativa visual tan armoniosa de la pieza.

Frente a ella se desplegaba la obra de Joscelyn Gardner, “Rollos de saliva y espuma” (2018) en impresión digital sobre papel.


Esta metáfora, que pone en relación estos dos elementos que se revelan visualmente, se refiere, según ha dicho la artista de forma poética, a que “…sílabas y palabras sumergidas flotan bajo la turbulenta superficie del océano, mientras una cacofonía de voces inquietantes... gimiendo, gimiendo, jadeando, susurrando...”
La artista intenta contar la historia del asesinato por ahogamiento de casi 150 personas esclavizadas en el barco de esclavos Zong en noviembre de 1781, en aguas del Mar Caribe. Se inspiró en el poema de NourbeSe Philips, “¡Zong!” (2008), para crear esta combinación de palabras sumergidas en el mar. La obra tiene un importante antecedente en su trabajo multimedia “Omi Ebora” (2014), en la que en una instalación de piso se visualiza el mar azul del que emanan sonidos y palabras documentando, simbólicamente, la masacre de esclavos a bordo de este barco.
Contiguo a este espacio y abierto al área central de la muestra, se abre un cubículo con obras de tres artistas: las cubanas María Magdalena Campos Pons y Lisandra Ramírez Bernal, y la arubeña Alida Martínez.

La obra de Campos-Pons toma su autoimagen como referente para entablar una relación entre sus identidades afro-china en los extremos y todo lo que la atraviesa, en términos del universo de creencias de la santería cubana. Es una trilogía que habita en su propia historia y memoria, las cuales han viajado con ella a los territorios de la diáspora como atributos de su propio origen cultural.

Frente a esta obra, se encuentra “La Cena” ( 2024) de Lisandra Ramírez. Se trata de un collage con impresiones fotográficas sobre acrílico y objetos del servicio doméstico, como platos, cubiertos y otros. La obra forma parte de su serie “Memorias”, en la que las vajillas incompletas y fragmentadas se integran a una mesa en la que se incorporan otros elementos. Según la declaración de la artista, “La Cena”, comenta aspectos sociales, culturales y políticos, generando diálogos entrecruzados para reconstituir elementos en tensión por “la posición de los cubiertos y las inscripciones en ellos que detonan cuestionamientos individuales y colectivos. Y la mesa, como ese lugar que aglutina y representa un espacio común que compartimos”.


Alida Martínez, cierra el fondo del cubículo con su obra instalativa de grandes dimensiones, “Isla Aruba” (2012), en las que emplea diversos recursos de collage, arte objeto y diversas materialidades. Los curadores José Manuel Noceda y Jorge Fernández han destacado de esta obra el empleo de recursos que combinan lo local y lo global: “La componente vernácula, la apropiación de manualidades femeninas…los objetos de consumo…Compuesta por la cartografía del territorio insular, un ícono global como el Mickey Mouse dorado –de fabricación china– el calzado típico holandés y la casita tradicional arubeña… discursan sobre la historia, la dominación y el status conferido a la isla entre los paraísos del turismo internacional”.

Al salir de la sala y desplazarnos al piso superior, la obra de Raquel Paiewonsky, impacta la mirada del espectador por el modo en que dialoga con todo el refinamiento de los elementos del entorno arquitectónico de manera disruptiva. Los contrastes de las volutas de yeso y mármol y un vestido que, de piso a techo, está totalmente realizado con los trapos de algodón que tradicionalmente se utilizan en la limpieza del hogar, son sorprendentes. Estas bien conocidas colchas de trapear evocan tanto el afán de purificación y saneamiento del espacio familiar como el título de la pieza.

“Inmaculada” (2012) es una instalación escultórica a manera de traje, marcado sensiblemente por la rusticidad de sus texturas y superficies. Raquel es una artista multimedia que nos tiene habituados a esas propuestas transgresoras a partir de diversos recursos, y entre ellos la estética de los materiales, especialmente los textiles que maneja con gran destreza y habilidad para producir con ellos esos campos de disonancias, siempre dentro de una forma personal de asumir las corporalidades y su iconografía.
En un espacio contiguo, en una sala de proyección se encuentra la obra “Black Bullets. The March and Off The Pig” (2012) de Jeannette Elhers, un video de 4.33 minutos filmado en La Citadelle de Haití. Con sonido de Trevor Mathison y la asistencia técnica de Markus von Platen, la artista residente en Dinamarca, explora aspectos de etnicidad e identidad sin desconocer su propio origen danés-caribeño. Se interesa por los impactos del colonialismo y en la trata transatlántica desde África. Todo lo que la conduce a poner en valor la memoria y la racialidad desde perspectivas históricas y críticas con énfasis en lo corporal y lo poético. En el texto de sala se especifica que “remarca la presencia afastamada del sujeto subalterno dentro de los espacios de la dominación colonial…a contracorriente de la escritura dominante en un posicionamiento de carácter curativo, de sanación de la herida colonial”.
La obra de Guy Gabon, de la isla de Guadalupe, no había aún llegado en el momento en que se inauguró la muestra por lo que en el espacio del emplazamiento de su obra se podía leer: “La Bienal de La Habana y el Museo Nacional de Bellas Artes están a la espera de que concluyan los procedimientos aduanales requeridos para emplazar la obra de la artista… Les solicitamos disculpas por las molestias causadas”. Esto nos deja la invitación abierta para una nueva visita y así poder completar la ya iniciada ruta por esta muestra.
Conclusiones
“La tradición se rompe pero cuesta” es una exposición reveladora del sitio que la mujer ha ocupado en las trayectorias artísticas contemporáneas en el Caribe, con la presencia y participación de islas mayores y menores, así como también de los territorios diaspóricos. Esta multiplicidad de afinidades críticas traza un camino de inquietudes y búsquedas comunes, dentro de su diversidad, que las hace armónicas dentro de su polifonía artística y visual.
En el Encuentro Teórico de la Bienal intervine como expositora en el día dedicado al arte caribeño. El conductor de la mesa, José Manuel Noceda, me interrogó acerca de mi apreciación sobre esta muestra que reunía mujeres artistas de 10 territorios de la región, con obras –algunas de ellas– que marcaron hitos y fueron referencias fundamentales durante los 40 años de la Bienal.
Decía Noceda que en sus obras, “encontramos aspectos tales como una sensibilidad femenina desde sus propias experiencias de vida, sus propias historias y argumentos familiares… pero ellas dinamitan también todas las fronteras, son artistas sin calificativos ni apellidos restrictivos, que no solo se ocupan de las problemáticas de la mujer, sino que se convierten en pesquisidoras que se cuelan por las fisuras de los discursos dominantes”. Le respondí que coincidía con sus apreciaciones y que, por ello, esta muestra es de una enorme justicia y valor.
Pero me interesó ampliar en un aspecto que considero esencial: la condición de gestoras de muchas de ellas, presentes o no en la exposición, lo que parece tener que ver también con la condición matricial femenina. Sobre esto, precisé que las mujeres que se implican y que se destacan y que tiene que ver con esa capacidad de gestión de la mujer desde las instituciones, así como en los procesos de creación y la labor de enseñanza, también han producido un rompimiento con los tradicionales lugares asignados a la mujer ante los poderes instaurados y legitimados a través del tiempo. A esos, también nos ha correspondido violentar.
Sobre la autora: Yolanda Wood Pujols. Profesora, investigadora y crítica de arte. Doctora en Ciencias sobre Arte. Profesora Titular de la Universidad de La Habana. Profesora de asignatura en Universidad Iberoamericana y Universidad Anáhuac, Ciudad de México y en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, San Juan, PR. Entre sus publicaciones recientes (2020-2022), se encuentran: "Contemporáneos. Artistas del Caribe insular," (La Habana, 2022); “Elsa Núñez en antológica: imaginarios y contextos”, catálogo de la exposición Alma Adentro: Exposición antológica (Centro León Jimenes, República Dominicana, 2021); “Blanco y negro, pieles y máscaras. El cuerpo en el arte del Caribe contemporáneo. Lecturas desde Frantz Fanon” (Ítsmica, Universidad de Costa Rica, no. 29, 2022); “Tiempo, concepto e historia: dos monumentos, en Puerto Rico y Cuba, a finales del siglo XX” (Tábula Rasa, Universidad Colegio Mayor de Cundinamarca no. 44, 2022).