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El lenguaje arcaico de lo indócil

Actualizado: hace 1 día

La artista Ivelisse Jiménez comparte una reflexión sobre el arte que invoca para interrogar al mundo


Nora Maite Nieves, Eclipse Lunar, Ciclo Lunar, Blue Moon, (2021). (Imagen suministrada por el artista)
Nora Maite Nieves, Eclipse Lunar, Ciclo Lunar, Blue Moon, (2021). (Imagen suministrada por la artista)

¿Qué nos revela —o nos oculta— el arte abstracto, cuando su fuerza reside precisamente en aquello que nunca llega a ser plenamente revelado? ¿Qué marca el límite de lo nombrable?


Tal vez el arte abstracto no busca respuestas, sino un modo distinto de atención. En lugar de resolver el misterio, lo prolonga. Nos invita a permanecer en esa zona ambigua donde el sentido titubea, donde la percepción se vuelve porosa y el pensamiento se abre al no saber. Allí, en la vacilación entre forma y silencio, algo se expande: una conciencia que no se apoya en la certeza, sino en la capacidad de sostener la pregunta.


La abstracción que invoco, como la poesía, no organiza el mundo, lo interroga. Su materia es la duda, su ritmo es la oscilación entre lo que aparece y lo que se retira. Briony Fer ha subrayado cómo la abstracción funciona “como un campo de contradicciones y multiplicidades donde la apertura de sentidos es más relevante que la búsqueda de pureza”.


Fernando Colón González, Plan (2025). (Imagen suministrada por el artista)
Fernando Colón González, Plan (2025). (Imagen suministrada por el artista)

Frente a la ansiedad de sentido que domina nuestro tiempo, el arte abstracto insiste en la opacidad como forma de lucidez. Quizás lo verdaderamente emancipador no sea comprender, sino escuchar lo que no se deja decir. Porque en lo no revelado habita otra presencia: una inteligencia del intervalo, una atención que percibe sin apresar.


Si el arte figurativo aspira a representar, la abstracción nos enseña a sostener la mirada sin la promesa de una figura. No propone certezas, sino modos de percepción que abren la experiencia al azar, a la resonancia, al desborde. En esa suspensión del sentido habita un conocimiento distinto, uno que no se produce por acumulación, sino por la apertura a lo incierto y diverso. Como dice Cecilia Fajardo-Hill, tomando a Fer: “el ámbito de la abstracción es un campo sugestivo y expansivo… no es vacío, sino está cargado de significados”.


“Frente a la ansiedad de sentido que domina nuestro tiempo, el arte abstracto insiste en la opacidad como forma de lucidez. Quizás lo verdaderamente emancipador no sea comprender, sino escuchar lo que no se deja decir. Porque en lo no revelado habita otra presencia: una inteligencia del intervalo, una atención que percibe sin apresar” — Ivelisse Jiménez

La abstracción —como la conciencia—  ocurre en la frontera entre lo que sabemos  y lo que apenas intuimos. El modernismo erigió la abstracción bajo la promesa de pureza y autonomía, pero esa aspiración pronto se volvió disciplina: lo que comenzó como liberación acabó como nuevo sistema de lo visible.

El posmodernismo desmontó esa idea, revelando los condicionamientos políticos y culturales.  En su afán de deconstrucción, a veces sustituyó el misterio por la ironía,  pero dejó abierta la posibilidad de un presente expandido donde lo moderno, lo posmoderno y lo arcaico conviven y se contaminan.


La abstracción contemporánea emerge en ese entrelugar:  una práctica permeable, consciente de su historia,  que integra la memoria del gesto ancestral y la textura de la tecnología, la resonancia espiritual y la crítica política, la huella y el algoritmo.


Tony Cruz, NY001, (2024). (Imagen suministrada por el artista)
Tony Cruz, NY001, (2024). (Imagen suministrada por el artista)

El lenguaje arcaico de lo indócil no remite a un origen perdido, sino a una energía que se rehúsa a ser domesticada. No se trata de regresar a lo prelingüístico, sino de recordar que incluso el pensamiento más abstracto está hecho de cuerpo y materia.


Caroline A. Jones ha investigado cómo la abstracción actual reapropia prácticas matéricas de saberes ancestrales e indígenas como medio de memoria y resonancia sensorial. Lo arcaico es una frecuencia que persiste,  una memoria viva que se manifiesta cuando el lenguaje deja de pretender dominio sobre el mundo.


María Negroni:  “la poesía es la conciencia más aguda del lenguaje”.  


Tal vez la abstracción sea  la conciencia más aguda de la materia: una forma de pensar sin palabras, de sentir sin definir. Su potencia no está en producir imágenes puras,  sino en interrumpir las convenciones que hacen del ver un acto domesticado.


Jacques Rancière habla de la “redistribución de lo sensible”: el arte como reconfiguración de cómo percibimos y compartimos lo común. La abstracción participa de esa redistribución al suspender la transparencia del signo y devolvernos una mirada que no se ajusta al orden del discurso. Al no representar, nos enseña a ver de otro modo: a percibir el entre, la distancia, el temblor del sentido antes de su forma. Lo indígena y lo prehistórico, reactivados en la abstracción actual, no proponen una identidad cerrada, sino multiplicidad de temporalidades y percepciones.


Livia Ortiz, Dos Mundos, (2025). (Imagen suministrada por la artista)
Livia Ortiz, Dos Mundos, (2025). (Imagen suministrada por la artista)

La descolonización estética implica repensar la abstracción como campo de diálogo transversal y espacio para imaginar mundos posibles no sometidos a la lógica hegemónica. Esta incertidumbre no es carencia, sino expansión. Frente a la saturación de imágenes y mensajes que exigen comprensión inmediata, el arte abstracto propone un ritmo más lento, una cognición atenta. Nos invita a sentir la complejidad del presente  sin reducirla.


Sostener la pregunta amplía la conciencia. La experiencia estética se convierte en un ejercicio de libertad interior. Quizá allí radique su dimensión política más profunda:  no en el contenido, sino en el gesto de desobedecer la claridad. Mark Foster Gage señala que la potencia política de la abstracción reside en su “capacidad para desafiar y alterar las jerarquías simbólicas impuestas por la representación dominante”.


La abstracción interrumpe los sistemas que pretenden organizar la percepción y jerarquizar el sentido. Se vuelve acto de resistencia sensible, espacio donde el pensamiento se emancipa del mandato de entender.


Volver al gesto, al trazo, a la huella, no es un regreso nostálgico, sino una forma de escuchar. El arte abstracto nos recuerda que la materia piensa, que el color y la forma también son modos de lenguaje.


Rafael Vega, TB Sunday, (2020). (Imagen suministrada por el artista)
Rafael Vega, Sin título, (2020). (Imagen suministrada por el artista)

En cada superficie algo antiguo —y a la vez contemporáneo— respira: una memoria que no pertenece al pasado, sino a la experiencia misma de la percepción. Así, el lenguaje arcaico de lo indócil no describe el mundo: lo convoca.  


Nos devuelve al acto de sentir antes de comprender, a ese lugar donde la conciencia se abre en su propia pregunta, una pregunta que no busca respuesta, sino escucha.


En esa apertura que sostiene la pregunta —y no la respuesta—,  la abstracción revela su fuerza emancipadora. Como señala Briony Fer, “el significado del arte abstracto reside precisamente en su apertura, en su negativa a fijar el sentido, y en la inestabilidad que introduce en el propio acto de mirar”.


Fernando Pintado No Temas, (2025). (Foto suministrada por el artista)
Fernando Pintado No Temas, (2025). (Foto suministrada por el artista)

La política del arte, nos recuerda Rancière, está en “redistribuir lo sensible,  

en reconfigurar los modos en que vemos y compartimos lo común”. Así, defender la opacidad, como propone Glissant, es también defender el derecho a una diferencia irreductible, a la existencia de territorios de sentido que escapan al mandato de la transparencia.


Y si la poesía, según Negroni, “no clausura el sentido, sino que lo multiplica”, la abstracción —en su esencia—  nos invita a habitar fronteras, aceptar el temblor y lo inacabado, y percibir lo indócil como potencia de transformación y libertad.


“To survive the Borderlands / you must live sin fronteras / be a crossroads.”  

(Borderlands/La Frontera, 1987)




Sobre la autora: De Ciales, Puerto Rico. Ivelisse Jiménez ha sido reconocida con el premio Joan Mitchell para pintores y escultores, la beca de la Fundación Gottlieb y la Fundación de Artes contemporáneas, entre otros. Ha participado en la Bienal de Cuenca, en la Bienal de Praga, Bienal del Museo del Barrio en New York, y ha sido seleccionada para los proyectos especiales de la feria ARCO en Madrid, España. Ha tenido muestras individuales en Turín (Italia), Copenhagen (Dinamarca), Valencia y Madrid (España). Su trabajo ha sido reseñado en las revistas ArtNews, Art in America, Artnexxus, y Bomb Magazine, entre otras. Algunas de sus obras forman parte de las colecciones permanentes del Museo del Barrio NYC, el Museo del Bronx NY, el Instituto de Cultura Puertorriqueña, el Museo de Arte Contemporáneo y el Museo de Puerto Rico, donde exhibe su trabajo actualmente. Es representada por Latchkey Gallery en NYC, donde tuvo su más reciente exposición individual en 2024. Residió en la ciudad de Nueva York por 20 años. Actualmente vive en Cupey, Puerto Rico, y tiene su taller en Caguas.

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