Maud Duquella-Wadestrandt: la galerista que hizo del arte su proyecto de vida
- José David Miranda
- 20 may
- 6 Min. de lectura
Actualizado: hace 7 días
José David Miranda resalta en este ensayo la labor y el legado de la reconocida galerista haitiana, quien transformó la escena artística de Puerto Rico y dejó una huella profunda en generaciones de artistas

Maud Duquella-Wadestrandt (Port-Au Prince, Haití, 1935) pertenece a un selecto grupo de excepcionales y talentosas gestoras culturales, quienes, con férrea voluntad y comprometido liderazgo hacen sentir su voz a partir del último tercio del siglo XX. Contribuyendo con un sinnúmero de proyectos esenciales, estas mujeres son piezas fundamentales en el desarrollo de la contemporaneidad artística en Puerto Rico. Mujer de profunda y amplia cultura, con gran sensibilidad para las artes, exquisita, con extraordinario don de gente, instintiva, apasionada, trabajadora incansable, tenaz y con una insobornable ética laboral, Maud es un referente modélico para todos los galeristas puertorriqueños, gremio indispensable para el desarrollo cultural de cualquier país.

Nacida en el seno de una familia burguesa apasionada por la cultura, desde la infancia Maud siente devoción por la literatura, la música y el teatro. De adulta expresa, además, interés por conocer a profundidad la historia de los países de la fragmentada región del Caribe y los elementos que permiten la construcción de una identidad como caribeños.

Cuando, a finales de la década de 1960, establece su residencia en Puerto Rico, descubre que el estimulante ambiente cultural del país puede servir para dar rienda suelta a sus intereses intelectuales. No estaba equivocada, pues no pasó mucho tiempo antes de matricularse en la Escuela Graduada de Literatura Comparada de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. En el primer centro docente del país, consigue estudiar a fondo la literatura del Caribe, disertar sobre ella y relacionarse con destacados intelectuales puertorriqueños.

Entrada la década de los 70’, Maud vive dos experiencias que parecen vaticinar el papel que eventualmente desempeñará en la escena del arte en Puerto Rico. La primera de estas experiencias la vive durante su visita a una exhibición de Myrna Báez organizada por el Museo de Historia, Antropología y Arte de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, donde queda impactada por la belleza del cuadro titulado La lámpara Tiffany. Poco le hace sospechar que, al conocer a la artista, nacerá entre ellas una profunda amistad que además dará paso a una larga relación profesional.

La segunda experiencia la vive cuando conoce a su compatriota Christiane Botello, viuda del artista español radicado en Puerto Rico, Ángel Botello, que le ofrece trabajo a tiempo parcial en la Galería Botello del hotel Caribe Hilton primero, y en la Galería Botello del Viejo San Juan después. Convertidas en buenas amigas se hacen socias y abren la Galería Botello de Plaza las Américas (1979), que más tarde trasladan a la avenida Roosevelt de Hato Rey donde permanece hasta su cierre (2003).


Con la llegada de Maud a la escena del arte, los artistas puertorriqueños ganan una aliada incondicional en la complicada y ardua tarea de promover sus creaciones, dentro y fuera del país. Está convencida de que, para lograr estos objetivos, el galerista debe conocer a fondo sus artistas, saber cómo piensan e identificar qué les motiva, mitigar sus inseguridades y disipar sus dudas, aliviar sus preocupaciones económicas, mimarlos, disfrutar de sus obras, y apostar por su carrera. Emulando a su admirado Leo Castelli, Maud cree que una de las funciones primordiales del galerista consiste en intentar que sus artistas puedan vivir de su trabajo.

Teniendo como guía estos principios, Maud impulsa la carrera de los artistas más destacados de la generación de los 80’, entre ellos, Carlos Collazo, María de Mater O’Neill, Nick Quijano y Arnaldo Roche. Del mismo modo, promueve el trabajo de los maestros ceramistas Susana Espinosa, Bernardo Hogan, Toni Hambleton y Jaime Suárez cuando hacen de Galería Botello su hogar tras el cierre de Casa Candina (1992). Apostar por la carrera de sus artistas y lograr que sus obras trasciendan los límites fronterizos de nuestro archipiélago forma parte de su ideario, por lo que visibilizarlos en convocatorias internacionales lo concibe como tarea obligada, como cuando lleva las propuestas de Rosa Irigoyen, Charles Juhasz-Alvarado, Arnaldo Morales y Ana Rosa Rivera a ARCO’02, en Madrid.



Los artistas antes mencionados no fueron los únicos que trabajaron con la galería que con tanto éxito regentó Maud. Asimismo lo hicieron otros creadores de la talla de John Balossi, Sylvia Blanco, Ángel Botello, Jeannette Betancourt, Carmen Inés Blondet, Ada Bobonis, Aileen Castañeda, Lorraine de Castro, Lope Max Díaz, Rolando López Dirube, Tom Elicker, Rafael Ferrer, Antonio Fonseca, José García Campos, Gretchen Haussler, Rosita Haussler, Susana Herrero, Lorenzo Homar, Marcos Irizarry, Adriana Mangual, Dessie Martínez, Néstor Millán, María Antonia Ordóñez, Néstor Otero, Marta Pérez García, Masaro Pérez, Rigoberto Quintana, Nora Rodríguez, Jaime Romano, Julio Rosado del Valle, Melquíades Rosario, Edra Soto, Eric Tabales, José Antonio Torres Martinó, Luis Torruella, Julio Valdez, Víctor Vazquez y Jorge Zeno.


Con el propósito de documentar las exhibiciones de la galería y promocionar sus artistas, Maud produjo importantes catálogos con escritos de destacados historiadores y críticos de arte como Marimar Benítez, Enrique García Gutiérrez, Ingrid Jiménez, José Antonio Pérez Ruíz, Mari Carmen Ramírez y Myrna Rodríguez, entre otros. Estas publicaciones son hoy día material de gran valor para los investigadores y han servido de guía a empresarios y profesionales que atendiendo los consejos de la galerista educaron su ojo y formaron colecciones que crecieron poco a poco. Como todo galerista Maud tenía en mente a los museos, a cuyos responsables hacía llegar las publicaciones entendiendo que dando a conocer sus artistas podía facilitar la máxima aspiración de estos de verse representados en colecciones museísticas.

“Podemos concluir que, a través de su excelente trayectoria, Maud Duquella-Wadestrandt ha demostrado que un buen galerista tiene que ser algo más que un profesional de la cultura; va en ello tener vocación y entender su quehacer como un proyecto de vida” – José David Miranda
Maud siempre entendió la importancia de los museos como custodios del patrimonio artístico del país. Por esta razón, a lo largo de los años, ha ido donando poco a poco su colección personal, compuesta por obras de indiscutible valor artístico, la mayor parte de ellas con una fuerte carga sentimental. De su generosidad se han beneficiado instituciones como el Museo de Arte de Puerto Rico, el Museo de Arte Contemporáneo de Puerto Rico, del que es cofundadora, el Museo de Historia, Antropología y Arte de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, el Museo de Arte de Ponce y, por último, el Museo y Centro de Estudios Humanísticos Dra. Josefina Camacho de la Nuez de la Universidad del Turabo al que ha donado parte de su colección de cerámica contemporánea puertorriqueña. Por esta gran contribución le han dedicado la Sala Duquella-Wadestrandt para albergarla.

Podemos concluir que, a través de su excelente trayectoria, Maud Duquella-Wadestrandt ha demostrado que un buen galerista tiene que ser algo más que un profesional de la cultura; va en ello tener vocación y entender su quehacer como un proyecto de vida. Un proyecto que se construye a través de las relaciones de lealtad y compromiso que establece con sus artistas, de las actividades que organiza para promocionarlos al margen de ganancias económicas, de la documentación que genera consciente de ser agentes de cambio en el desarrollo de la historia, de las colecciones que ayuda a formar para el disfrute de generaciones presentes y futuras y de la enorme satisfacción que se recibe a cambio. Maud nos demuestra a través de una lección magistral que una galería es un lugar donde el arte es el único protagonista, un espacio donde solo los valores intangibles pueden hacer lo tangible más valioso.
Sobre el autor: José David Miranda es curador y organizador de eventos culturales. Ha laborado para diversas instituciones públicas y privadas en Puerto Rico, América Latina, Estados Unidos y España. Fue director del Museo de San Juan. Trabajó como coordinador de exposiciones de arte en el Pabellón Nacional de Puerto Rico en la Expo ’92, en Sevilla, y es coautor del libro Puerto Rico Arte e Identidad, publicado por la Hermandad de Artistas Gráficos de Puerto Rico y la Editorial de la Universidad de Puerto Rico (UPR). Sus trabajos más recientes en Puerto Rico han sido las curadurías de las exposiciones Bernardo Hogan: una retrospectiva; Marcos Irizarry: murales; Los cincuenta años de la Liga; y Dhara Rivera: Aves y agüeros.