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Marianne Ramírez Aponte: una idea en movimiento

Actualizado: hace 1 día

La directora ejecutiva y curadora en jefe del Museo de Arte Contemporáneo de Puerto Rico dialoga con la historiadora y gestora cultural Windy Cosme Rosario sobre su trayectoria, y sobre cómo ha desafiado las formas tradicionales de liderazgo en las artes 


Marianne Ramírez Aponte - (Foto suministrada por el Museo de Arte Contemporáneo de Puerto Rico)
Marianne Ramírez Aponte - (Foto suministrada por el Museo de Arte Contemporáneo de Puerto Rico)

Hay trayectorias que, más que recorridos personales, constituyen declaraciones de principios. La de Marianne Ramírez Aponte, actual directora ejecutiva y curadora en jefe del Museo de Arte Contemporáneo de Puerto Rico (MAC), es precisamente eso: un gesto sostenido de imaginación política, estética y afectiva desde el arte. Desde su formación como artista gráfica hasta su liderazgo institucional, su historia entrelaza saberes, luchas, decisiones personales y apuestas colectivas. En un panorama cultural marcado por la precariedad, la desigualdad y los vaivenes políticos de un país en estado colonial, Ramírez Aponte ha logrado construir y sostener un modelo de museo que no se limita a conservar ni a exhibir: lo que propone es una forma de estar en el mundo. Su visión de museo es una que se abre a la calle, que escucha, que descentraliza, que cuestiona. Una visión que se atreve a pensar al arte como parte de un proyecto mayor: el de construir país.


Durante más de tres décadas, su trabajo ha desbordado las paredes institucionales para apostar por una práctica museológica situada, crítica, feminista y anticolonial. Desde proyectos pioneros como “Taller Vivo o MAC en el Barrio”, hasta su defensa constante del arte como derecho humano, Ramírez Aponte ha transformado la manera en que entendemos el museo en Puerto Rico y el Caribe. Su enfoque, que combina rigurosidad curatorial con escucha activa a comunidades históricamente marginadas, ha generado una de las gestiones culturales más consistentes y transformadoras del ámbito museal en la región. “Yo siempre he pensado que el MAC no está contenido en un edificio, es una idea en movimiento”, afirma con una mezcla de claridad política y sentido poético. Esa idea ha sabido resistir tormentas –literales y simbólicas–, y reconfigurarse una y otra vez sin perder su norte: “hacer país desde el arte”. No se trata solo de una metáfora bonita, sino de una metodología que articula territorio, afecto, memoria y justicia social desde lo curatorial.


Este texto es el retrato de una mujer que ha desafiado las formas tradicionales de liderazgo en las artes. Lo escribo desde el reconocimiento y la cercanía: como historiadora cultural, como gestora, como amiga, como aprendiz de una visión radicalmente generosa. Pero también como testigo del modo en que una institución puede hacerse cuerpo colectivo cuando se sostiene con afecto y con claridad política.



Una historia que comienza en el afecto 


Antes de convertirse en curadora, gestora o directora, Marianne Ramírez Aponte fue una niña con los ojos puestos en los espacios, colores, formas, texturas. Desde temprana edad, el diseño, la arquitectura y la música convivían como lenguajes naturales en su mundo. Hija de Juan Antonio Ramírez y Gudelia Aponte del Toro, creció en un hogar donde las artes no eran ajenas, sino parte de la vida cotidiana.


Los padres de Marianne Ramírez Aponte, Juan Antonio Ramírez y Gudelia Aponte del Toro. (Foto de la familia Ramírez Aponte)
Los padres de Marianne Ramírez Aponte, Juan Antonio Ramírez y Gudelia Aponte del Toro. (Foto de la familia Ramírez Aponte)

Su hermano, Antonio Ramírez Aponte, estudió música en el Conservatorio de Música de Puerto Rico y es hoy su colaborador legal y cómplice en muchas gestiones del MAC. Su padre toca instrumentos, su abuelo también lo hacía, y su hija, Marina, ha seguido la ruta de la música. Pero no fue solo el entorno musical lo que le dejó huella. Hubo un momento que marcó el inicio de algo más: “Recuerdo una exposición de Francisco Oller en el Museo de Arte de Ponce. Yo era niña, pero me impresionó profundamente”, relata. Aquella experiencia temprana le dio forma, aunque entonces no pudiera nombrarla del todo. Su camino hacia el arte no fue casual: fue cultivado, estimulado, acompañado. A los 12 años su padre la inscribió en una clase de serigrafía en la Liga de Arte con el maestro Luis Maisonet. A los 15, le construyó con sus propias manos una estación de trabajo: tamices, herramientas, materiales. “Ese fue mi regalo de 15 años”, dice con orgullo. “No sé si él sabe el impacto que eso tuvo en mí”.


Marianne Ramírez Aponte y su amiga de escuela superior Karen Rivera, durante una gira de la escuela al Museo de Arte de Ponce. (Foto suministrada por Ramírez Aponte)
Marianne Ramírez Aponte y su amiga de escuela superior Karen Rivera durante una gira de la escuela al Museo de Arte de Ponce. (Foto suministrada por Ramírez Aponte)

Durante años, Marianne produjo obras gráficas que vendía en actividades escolares y ferias culturales como las Fiestas de la Calle San Sebastián. Junto a dos compañeros de escuela formaron El Círculo Verde, un colectivo improvisado que les permitía compartir gastos, ideas y sueños. “Nos íbamos al Viejo San Juan con nuestros carteles. Yo me lo tomaba en serio”. Tanto así, que más adelante en su carrera pudo costearse parte de sus estudios de maestría en Estudios Puertorriqueños y del Caribe con lo que producía. Pero el arte no era solamente oficio: también era pensamiento. En la escuela superior, dos profesoras –una de español y otra de inglés– marcaron su manera de leer y de analizar. Más adelante, en la Universidad de Puerto Rico, tomaría cursos con las profesoras Lillian Sánchez y Malena Rodríguez que la hicieron considerar, por un momento, la literatura como alternativa. Finalmente, la gráfica ganó la partida. Estudió grabado como concentración principal y más adelante añadió una segunda en Historia del Arte. Su formación estuvo marcada por el maestro Rafael Rivera Rosa, su mentor y referente. Con él tomó numerosos cursos y desarrolló su tesis de maestría sobre su obra, centrada en el mensaje social y la modernidad. “Su ejemplo, su ética, su obra alimentaron mi conciencia política y el amor por el país”. Esa relación fortaleció su compromiso con el arte como transformación social. 


Ese doble registro –el del hacer y el del pensar– marcaría toda su trayectoria futura. “Yo siempre he sido muy del diseño, muy visual, muy de procesos. Pero también me interesa el análisis, la historia, la interpretación”. No es casualidad que más adelante haya definido al MAC como un espacio de “educación liberadora”, donde las diferencias culturales se abordan no como obstáculos, sino como puntos de partida para el diálogo. El primer acercamiento formal al MAC llegó desde la investigación. En su tesina del Programa de Estudios de Honor, escribió sobre los inicios del museo. Fue una oportunidad para sumergirse en las minutas, correspondencias, debates y sueños que dieron forma a una institución única: fundada por artistas, que empezó a conformar una colección aún sin contar con un edificio, pero con una visión clara y contundente. “Ese origen siempre me llamó la atención. Una colectividad que comienza a hacer sin esperar a tenerlo todo. Me siento muy identificada con eso”.


Esa identificación pronto se convirtió en acción. Comenzó en el museo como voluntaria, ayudando en registros, educación y montaje. Hasta que llegó un día una experiencia transformadora: la exposición “Fuegos” del artista Arnaldo Roche-Rabell. “Estar sola en esa sala, con las piezas aún en el suelo, sin montar ni iluminar, fue un momento visceral. Sentí que ahí estaba pasando algo profundo. Supe que eso era lo mío”. Años más tarde, esa experiencia se convertiría también en una curaduría: “Arnaldo Roche Rabell: Azul” (2009), una exposición que curó conjuntamente junto a Lilliana Ramos Collado y que marcó un punto alto en su exploración de la obra del artista puertorriqueño. 

Ese fue el clic. El punto de giro. La certeza de que el arte no sería solamente una práctica personal, sino un vehículo de algo mayor. La decisión de quedarse, de hacer carrera en los museos, de convertir ese impulso inicial –cuidado, sembrado, sostenido por su familia– en una vocación política y cultural.



Pensar el museo desde el margen 


Desde sus primeros roles como educadora y registradora, Marianne Ramírez Aponte se fue moviendo con naturalidad entre los distintos espacios del museo. “En aquel entonces no existían departamentos delimitados como ahora. Éramos dos personas haciendo de todo: registraduría, educación, documentación, exhibiciones”. Esa plurivalencia, lejos de ser una precariedad, fue una escuela intensa. Le permitió conocer a fondo el funcionamiento institucional, comprender las tensiones entre el trabajo intelectual, el manual, el logístico y el comunitario, y sobre todo, intuir lo que el museo podía ser, más allá de su estructura física o jerárquica. La experiencia de “Fuegos” de Arnaldo Roche-Rabell no solo marcó su rumbo vocacional: también le reveló el poder del montaje, de la escala, del silencio. Ver la obra monumental de Roche aún sin montar, en el piso de la sala del MAC –cuando estaba en la antigua sede en la Universidad del Sagrado Corazón–, fue un acto de intimidad con la creación y de profunda sensibilidad curatorial. “Ese tipo de experiencias son las que no se tienen cuando simplemente vas a una exposición ya terminada. Estar en el proceso cambia tu manera de entenderlo todo”.


Desde el Departamento de Educación del MAC, y sin tener un título formal de curadora, comenzó a desarrollar proyectos expositivos, programas escolares, publicaciones, estrategias editoriales. Fue afinando una mirada. Fue articulando una ética. Pero llegó un momento en que el margen se volvió límite. “Sentía que necesitaba crecer”. En 2006, aceptó una invitación de la doctora Lourdes Ramos para integrarse al equipo del Museo de Arte de Puerto Rico (MAPR), donde lideraría el área de colecciones y exhibiciones. El cambio fue radical. “El primer día me anunciaron como jefa de varios departamentos. Fue sorpresivo para todos, incluso para mí”. Aquella reestructuración implicó grandes cambios en los modos de hacer a los que ya estaba habituado el equipo de trabajo. Ante esto comenta: “Pude identificar los valores en la gestión de uno y otro museo y también pude validar la importancia del trabajo transversal que hacíamos en el MAC, aunque fuera con pocos recursos”.


Ramírez Aponte lideró el área de colecciones y exhibiciones del Museo de Arte de Puerto Rico de 2006 a 2008. (Foto de Johnny Betancourt)
Ramírez Aponte lideró el área de colecciones y exhibiciones del Museo de Arte de Puerto Rico de 2006 a 2008. (Foto de Johnny Betancourt)

Esa experiencia en el MAPR, más allá de los retos, fue formativa. Allí aprendió a manejar relaciones con juntas directivas, procesos de acreditación, estructuras organizativas complejas. Su visión de museo empezaba a tomar forma más nítida: una institución híbrida, que combinara producción y creación con investigación y conservación, donde los programas no fueran apéndices sino ejes conceptuales, donde lo educativo y lo curatorial se alimentaran mutuamente y donde la misión del museo respondiera a los intereses del arte, los artistas y la comunidad entendida en un sentido amplio.


Cuando recibió la llamada de la doctora María Emilia Somoza para regresar al MAC en el 2008, todo estaba en movimiento: su vida familiar, su salud, sus planes de mudanza a Estados Unidos. Pero también el museo. La institución atravesaba una crisis motivada por una frágil situación financiera y reclamos de la comunidad cultural de mantener una relación más dinámica con las tendencias del arte contemporáneo. “Recuerdo que tuve cuatro reuniones con miembros de la Junta. Querían convencerme. Y yo también tenía que convencerme a mí misma”. Al final decidió quedarse en Puerto Rico. Decidió asumir el reto.


Marianne Ramírez Aponte durante un recorrido guiado de la exhibición “Careos / Relevos. 25 años del MAC”. (Foto suministrada por el Museo de Arte Contemporáneo de Puerto Rico) 
Marianne Ramírez Aponte durante un recorrido guiado de la exhibición “Careos / Relevos. 25 años del MAC”. (Foto suministrada por el Museo de Arte Contemporáneo de Puerto Rico) 

Regresó al MAC no solo como antigua colega, sino como directora y curadora en jefe. Con otra autoridad, pero también con otra sensibilidad. “Había recorrido otros caminos. Había visto otras formas de hacer. Tenía claro que el MAC podía ser otra cosa”. Y empezó a construirlo. Desde adentro. Desde los márgenes. Con lo que había aprendido, con lo que había imaginado y con lo que aún faltaba por inventar. Una visión que luego se materializaría en proyectos como “Careos / Relevos. 25 años del MAC”, una exposición que sirvió como ejercicio de revisión crítica de la colección institucional y de reflexión sobre la memoria, la pertinencia y el futuro del museo.


Imágenes de la exhibición “Careos / Relevos. 25 años del MAC”, que se celebró en el 2010. (Foto suministrada por el Museo de Arte Contemporáneo de Puerto Rico)
Imágenes de la exhibición “Careos / Relevos. 25 años del MAC”, que se celebró en el 2010. (Foto suministrada por el Museo de Arte Contemporáneo de Puerto Rico)
Imágenes de la exhibición “Careos / Relevos. 25 años del MAC”, que se celebró en el 2010. (Foto suministrada por el Museo de Arte Contemporáneo de Puerto Rico)

“En un panorama cultural marcado por la precariedad, la desigualdad y los vaivenes políticos de un país en estado colonial, Ramírez Aponte ha logrado construir y sostener un modelo de museo que no se limita a conservar ni a exhibir: lo que propone es una forma de estar en el mundo” – Windy M. Cosme Rosario


El arte como herramienta política 


En Puerto Rico, hacer gestión cultural no es una elección neutral. Implica navegar entre escasez presupuestaria, desinterés estatal, colonialismo estructural y una sociedad civil fragmentada. Hacerlo desde el museo –una institución asociada históricamente al poder, al canon, al silencio– es aún más complejo. Marianne Ramírez Aponte lo sabe. Por eso su práctica no se conforma con cumplir funciones museales: las subvierte, las expande. “El museo no puede ser una torre de marfil. No puede estar aislado de lo que está pasando en el país”, repite. Para ella, el arte es una forma de intervención social, de sanación colectiva, de construcción de memoria. “Mi receta ha sido hacer, y no parar de hacer”, dice, con convicción tranquila. Pero detrás de esa frase hay una estrategia sostenida. Una manera de resistir.


Uno de los proyectos más emblemáticos de Ramírez Aponte es MAC en el Barrio. En la imagen, Ramírez Aponte con artistas, personal del MAC y miembros de la comunidad de Tras Talleres, en el 2014. (Foto de Antonio Ramírez Aponte) 
Uno de los proyectos más emblemáticos de Ramírez Aponte es MAC en el Barrio. En la imagen, Ramírez Aponte con artistas, personal del MAC y miembros de la comunidad de Tras Talleres, en el 2014. (Foto de Antonio Ramírez Aponte) 
Con artistas y líderes de la comunidad Alto del Cabro en Santurce, 2014. (Foto suministrada por el Museo de Arte Contemporáneo de Puerto Rico)
Con artistas y líderes de la comunidad Alto del Cabro en Santurce, 2014. (Foto suministrada por el Museo de Arte Contemporáneo de Puerto Rico)

Desde su regreso como directora del MAC, ha impulsado proyectos que colocan el arte en diálogo con los derechos humanos, las luchas ambientales y las demandas de justicia social. Su práctica curatorial se distingue por un compromiso sostenido con la creación situada, el diálogo con las comunidades y una lectura crítica del presente desde el arte. El proyecto más emblemático de esa visión es MAC en el Barrio, que crea en 2014, un programa de integración y acción social que trasciende las paredes del museo y utiliza las artes como herramienta de transformación cultural. La iniciativa comenzó en las comunidades santurcinas de Tras Talleres, Alto del Cabro, Caño Martín Peña, Sagrado Corazón y Machuchal, y con el tiempo se ha expandido a sobre 40 comunidades en municipios como Cataño, Guaynabo, Loíza, Ponce, Guayanilla y Mayagüez, y desde 2023, también a Nueva York, sumando cerca de 90 comisiones artísticas. A través de intervenciones urbanas, residencias, talleres, documentación ética y procesos pedagógicos, el programa fomenta la interpretación crítica del tejido histórico, político y social de cada territorio, poniendo en valor su diversidad y riqueza cultural. Lejos de ser una iniciativa paralela, MAC en el Barrio ha redefinido la práctica institucional del museo, apostando por una curaduría situada, afectiva y comprometida con el país. Actualmente, una exposición conmemorativa titulada “10 años del MAC en el barrio” celebra su primera década de trabajo sostenido.


En exposiciones como “Poetic Science: aproximaciones artístico-científicas sobre El Yunque”, por ejemplo, logró vincular artistas contemporáneos con científicxs del Instituto Internacional de Dasonomía Tropical y el Servicio Forestal de El Yunque. “No era solo una muestra. Fue también una residencia artística en los bosques, un proceso de colaboración, un aprendizaje mutuo que detonó un acercamiento transdisciplinario a la curaduría y la educación en el MAC”. 

Imagen de la exhibición Poetic Science: aproximaciones artístico-científicas sobre El Yunque. (Foto suministrada por el Museo de Arte Contemporáneo de Puerto Rico)
Imagen de la exhibición Poetic Science: aproximaciones artístico-científicas sobre El Yunque. (Foto suministrada por el Museo de Arte Contemporáneo de Puerto Rico)

Taller Vivo, un programa de residencias artísticas in situ iniciado en 2010, transforma las salas del museo en espacios de creación activa, permitiendo al público interactuar directamente con los procesos creativos de los artistas. Esta iniciativa desafió la noción tradicional del museo como espacio de exhibición estática, promoviendo una relación más dinámica y participativa entre artistas y audiencia.


Otras exposiciones como “Entredichos: nuevas adquisiciones de la colección permanente” han servido para interrogar críticamente las narrativas institucionales y abrir espacios de disenso y multiplicidad dentro del propio acervo. Concebida tras el paso del huracán María, esta muestra reveló detalles de las condiciones sociales y políticas que definían ese momento histórico en Puerto Rico, y propuso una manera de pensar la cultura desde sus tensiones, contradicciones y complejidades. Fue una respuesta institucional al peligro colectivo que enfrentaba el país, un intento consciente de utilizar el arte para catalizar reflexión, organización y poder social. “Entredichos…” surgió también como una toma de posición ante el creciente interés internacional por la destrucción y la crisis socioeconómica post-María, ofreciendo una mirada desde aquí sobre nuestra historia, sobre la compleja relación política con Estados Unidos y sobre las estructuras que impactan cada aspecto de la vida en la Isla. Fue una curaduría que habló desde el presente, con voz propia, y que evidenció la potencia del museo como actor político y cultural.


La exhibición “Entredichos: nuevas adquisiciones de la colección permanente” sirvió para interrogar críticamente las narrativas institucionales. (Foto de Antonio Ramírez Aponte)
La exhibición “Entredichos: nuevas adquisiciones de la colección permanente” sirvió para interrogar críticamente las narrativas institucionales. (Foto de Antonio Ramírez Aponte)

Ese enfoque transdisciplinario atraviesa toda su gestión. Lo mismo trabaja con ambientalistas, educadoras populares, activistas por la vivienda o defensoras de la diversidad sexual y de género. “No basta con hablar de inclusión. Hay que crear estructuras donde esas voces puedan realmente incidir”. Desde el diseño de exposiciones hasta los programas educativos, el MAC ha sido moldeado por esa voluntad de escucha activa y descentralización del saber. Pero esa apertura no ha estado exenta de riesgos. En distintos momentos el MAC ha sido blanco de críticas y ataques por parte de sectores conservadores que cuestionan el trabajo que la institución realiza con comunidades LGBTTQIA+, personas racializadas, migrantes o sectores empobrecidos. Estas ofensivas, en ocasiones amparadas en argumentos presupuestarios o supuestos criterios de “neutralidad”, responden a una lógica que busca deslegitimar prácticas artísticas y curatoriales orientadas hacia la justicia social.


Desde mi propia experiencia en la gestión cultural –y en diálogo constante con espacios como el MAC–, observo con preocupación cómo ha cambiado el clima discursivo en torno a la cultura. Muchas de las palabras que antes eran promovidas en convocatorias y propuestas –género, equidad, antirracismo, interseccionalidad, descolonización– ahora aparecen como vocabulario sospechoso o abiertamente censurado. En este contexto, el trabajo que hemos venido haciendo durante años parece ser señalado, de pronto, como inválido, innecesario o ideológicamente “inapropiado”.


Ese desplazamiento discursivo no es menor. Lo que antes era una exigencia ética para muchas instituciones culturales –trabajar con poblaciones históricamente marginadas– hoy es visto por ciertos sectores como una desviación de la función institucional. Es un momento peligroso, pero también revelador: deja al descubierto la incomodidad que genera un museo que piensa críticamente su papel, que actúa en alianza con movimientos sociales y que se compromete activamente con la transformación del país. 


Marianne Ramírez Aponte celebra el cumpleaños de uno de los líderes de la comunidad Alto del Cabro en Santurce con la que el museo ha mantenido una relación constante. (Foto suministrada por el Museo de Arte Contemporáneo de Puerto Rico)
Marianne Ramírez Aponte comparte con artistas y residentes de la comunidad Alto del Cabro en Santurce con la que el museo ha mantenido una relación constante. (Foto suministrada por el Museo de Arte Contemporáneo de Puerto Rico)

Frente a ese panorama, Marianne ha sostenido una política institucional clara: no negociar principios. “Mientras no tenga que negociar mi agenda, podemos colaborar”, afirma. Su estrategia ha sido mantenerse firme sin caer en confrontaciones vacías. Apostar por la credibilidad construida durante años. Fortalecer redes. Documentar. Resistir con arte, con afecto y con inteligencia. En su práctica, lo curatorial es inseparable de lo ético. Lo administrativo, de lo afectivo. Lo artístico, de lo político. Esa es, tal vez, una de las mayores contribuciones de su trabajo: haber demostrado que la gestión cultural no es solo técnica, sino también una forma de pensamiento crítico y de militancia silenciosa.


En el 2019, como parte del proyecto MAC en el Barrio, el artista Daniel Lind-Ramos llevó a cabo la pieza “Talegas de la memoria”, una alegoría de la historia y la colonización de Puerto Rico, con Loíza como protagonista. (Foto suministrada por el Museo de Arte Contemporáneo de Puerto Rico) 
En el 2019, como parte del proyecto MAC en el Barrio, el artista Daniel Lind-Ramos llevó a cabo la pieza “Talegas de la memoria”, una alegoría de la historia y la colonización de Puerto Rico, con Loíza como protagonista. (Foto suministrada por el Museo de Arte Contemporáneo de Puerto Rico) 

Un liderazgo con perspectiva de género

 

Ser directora de una institución cultural en Puerto Rico implica mucho más que ejercer autoridad: implica sostener tensiones, navegar expectativas contradictorias y, muchas veces, dar explicaciones que no se les piden a los hombres. Marianne Ramírez Aponte lo ha vivido en carne propia. “Una de las cosas que más me marcó fue la incomodidad de la pregunta: ¿por qué tú trabajas tanto?”, recuerda. “Y sabía que esa pregunta no me la harían si yo fuera hombre”.

Liderar desde una posición de mujer, madre, gestora, y figura pública ha implicado sacrificios reales. Aun con los logros acumulados y el respeto ganado, ha tenido que enfrentar juicios sobre su vida personal, sobre su rol maternal, sobre su dedicación al trabajo. “Como si no tuviera derecho a una vida profesional intensa, como si tuviera que justificar mi entrega”.


La directora del MAC con sus hijas (Foto suministrada por Ramírez Aponte)
La directora del MAC con sus hijas (Foto suministrada por Ramírez Aponte)

A pesar de eso, o quizás por eso mismo, ha construido un liderazgo singular: una manera de estar al frente sin ocultar las complejidades del camino. “Yo tengo que sostener una familia, asumir múltiples roles. Pero nunca he descuidado mis roles familiares. Y no tengo por qué justificarlo”. Sus palabras reflejan una conciencia aguda de las desigualdades que persisten en el ámbito cultural, incluso cuando muchas de las instituciones son dirigidas por mujeres.


Al hablar de género y poder, evita simplificaciones. Reconoce que ha habido avances en la equidad dentro del sector, pero también señala lo que falta: mejores salarios, más formación administrativa, estructuras más horizontales. En sus palabras, liderar no es imponer, sino escuchar: “Siempre digo que uno tiene que tener el oído bien puesto en tierra. La institución progresa cuando el artista te reta, cuando la comunidad te señala algo. Hay que tener apertura para eso. Si no, el museo se convierte en una caja cerrada.”


Ese “push and pull”, como ella lo llama, entre la institución, los artistas y la comunidad, ha sido uno de los motores de su práctica. Y lo ha aplicado no solo en lo curatorial, sino también en la formación de equipos y relaciones laborales. “Yo trato de aplicar la empatía que recibí. Cuando fui madre y atravesé procesos de enfermedad, la doctora María Emilia Somoza fue muy solidaria conmigo. Y esa misma empatía he querido tener con otras compañeras que atraviesan procesos similares”.


Lejos de una visión idealizada del cuidado, Marianne habla más bien de una ética del compromiso realista. Sabe que las condiciones de trabajo en el MAC son intensas, que muchas veces se hacen “milagros con poco”, y que las jornadas largas son parte del oficio. Pero también reconoce que ha procurado, cuando ha sido posible, generar espacios de crecimiento, de formación, de acompañamiento. “He querido abrir camino para otras. No para que hagan lo mismo que yo, sino para que puedan hacer lo suyo”.


(Foto de Antonio Ramírez Aponte)
(Foto de Antonio Ramírez Aponte)

El liderazgo, para ella, no se trata de centralizar decisiones ni de sostener una imagen. Se trata de sostener un proyecto colectivo. Se trata de habitar la contradicción con honestidad. Y de entender que, muchas veces, el mayor gesto de poder es crear condiciones para que otrxs puedan imaginar. Cada uno de estos proyectos refleja una visión curatorial que entiende el museo como un espacio de mediación social, cuestionamiento estético y encuentro político. Es una curaduría que escucha y responde a las tensiones de su tiempo, sembrando futuros posibles a través del arte y la comunidad.


Bajo su dirección, el MAC ha sido reconocido con premios como el Wilderness Legacy Award del Servicio Forestal de EE.UU., el Premio Solidaridad en Educación de la Miranda Foundation y el Premio Tina Hills de la Fundación Ángel Ramos, todos en reconocimiento a su labor educativa, comunitaria y de respuesta ante crisis. También ha sido distinguido por su selección para participar en la National Arts Initiative de The Wallace Foundation, centrada en promover la equidad de acceso y representación en las artes desde y para comunidades racializadas. Este acercamiento ha permitido investigar y documentar las metodologías del MAC, destacando el vínculo entre el bienestar institucional y el bienestar comunitario.


La curadora ha liderado varias iniciativas, entre ellas el Movimiento Una Sola Voz, que agrupa a varias organizaciones del tercer sector.
La curadora ha liderado varias iniciativas, entre ellas el Movimiento Una Sola Voz, que agrupa a varias organizaciones del tercer sector.

Más allá del museo, Marianne Ramírez Aponte ha sostenido un liderazgo activo en coaliciones y redes del sector cultural, reforzando el ecosistema artístico desde múltiples frentes. Actualmente codirige el proyecto Tiznando el País –una plataforma de investigación y acción en torno a visualidades y representaciones de negritud y resistencia– y lidera iniciativas como la Alianza de Museos de Puerto Rico, el Movimiento Una Sola Voz y el Centro de Conservación y Restauración de Puerto Rico. Desde estos espacios ha abogado por la cultura como servicio esencial y por la protección de servicios fundamentales para comunidades vulnerabilizadas, apostando por una gestión cultural que incide políticamente y se articula desde el compromiso con la justicia social.

Ramírez Aponte actualmente codirige el proyecto Tizando el País, una plataforma de investigación y acción en torno a visualidades y representaciones de negritud y resistencia.
Ramírez Aponte actualmente codirige el proyecto Tiznando el País, una plataforma de investigación y acción en torno a visualidades y representaciones de negritud y resistencia. (Foto suministrada)

Epílogo: Lo que queda en movimiento


Marianne Ramírez Aponte ha hecho del museo una práctica situada, una forma de pensamiento colectivo y una arquitectura para lo posible. Su liderazgo no ha sido solo institucional: ha sido una manera de habitar el presente con imaginación crítica, de abrir espacio donde antes no lo había, de acompañar procesos sin imponerles un rumbo. En una época donde las instituciones culturales enfrentan presiones ideológicas, financieras y simbólicas, su apuesta por un museo que camina junto a las comunidades, que descentraliza el saber y que honra la memoria, no es un gesto decorativo: es una posición ética. Y es también un acto de amor.


No hay fórmulas fijas en su hacer. Hay escucha, hay riesgo, hay persistencia. Hay días largos y cuerpos cansados. Pero hay también la certeza de que el arte importa –no como mercancía, sino como campo de posibilidad. Y que la gestión cultural, cuando se hace con vocación y sentido, puede ser una forma de construir país desde adentro.


Como toda historia viva, esta no termina. El museo –como ella lo concibe– sigue en movimiento.


Sobre la autora: Windy M. Cosme Rosario PhD. es historiadora, museóloga y gestora cultural. Doctora en Historia Cultural por la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras (UPR-RP), con estudios graduados en Museología (Universidad de Granada), Gestión Cultural (UPR-RP) y Salvaguardia del Patrimonio Inmaterial (Universidad Nacional de Córdoba, Argentina). Sus áreas de investigación se centran en historia reciente, memoria, patrimonio y museos. Es profesora en la UPR-RP y ha coordinado proyectos culturales y comunitarios como MAC en el Barrio. Ha colaborado con el Instituto de Cultura Puertorriqueña, la Fundación Ismael Rivera y el Diaspora Solidarities Lab. Actualmente es Coordinadora Académica del proyecto Fostering Internship Experiences for Humanities Undergraduate Majors in Puerto Rico, subvencionado por IMLS.


 




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