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La necesidad del arte: una entrevista con Ignacio Cortés

La historiadora de arte y conservadora de bienes culturales Irene Esteves Amador conversó con el empresario y coleccionista puertorriqueño acerca de su amor por el arte, el coleccionismo y la reciente Bienal de Venecia, donde la Colección Chocolate Cortés tiene presencia


Philomé Obin (Haití, 1892). Deux deguisés du carnaval, 1947. Óleo sobre panel de lienzo. Obra de la Colección Chocolate Cortés que participa este año en la Bienal de Venecia.

Destinado a tomar las riendas del negocio familiar en su cuarta generación, el actual presidente de Chocolate Cortés asumió el legado empresarial y con él la expectativa paternofilial, mas sin embargo, se hizo del arte para trazar su propio sino. Hablar con Ignacio Cortés de arte –ese amigo fiel que, desde que tiene memoria, dice lo ha acompañado a lo largo de todo el camino— es descubrir al niño que, fascinado con la historia y el pasado, recolectaba con ánimo arqueológico pequeños objetos y rarezas. Seguir hablando con él de aquello que describe como una necesidad, también es conocer que el líder de la empresa chocolatera más grande de toda la cuenca caribeña, antes y además de ser economista, deseó ser músico y hubiera querido ser fotógrafo corresponsal de guerra. Pero, sobre todo, conversar con el responsable de una de las colecciones de arte contemporáneo del Caribe más importantes, es aprender sobre lo necesario que es el arte para el desarrollo y bienestar de nuestras sociedades. Rodeado de sus obras en las salas de la Fundación Cortés –el gran brazo comunitario que ha enriquecido la trayectoria casi centenaria de Cortés Hermanos & Co.– Ignacio Cortés, quien recientemente fue invitado a formar parte de la Junta de la Fundación Museo Reina Sofía, nos contó sobre el préstamo de dos de sus piezas a la gran Bienal de Venecia y sobre otras dos invitaciones para presentarse como orador en foros internacionales. Al finalizar nuestra entrevista, y aunque quizás todavía no lo sabe, don Ignacio amplió su lista de posibilidades  –que ya no son solo sueños, sino realidades–, al demostrar que, además de nuestros artistas, nuestros coleccionistas también pueden ser agentes de cambio y grandes embajadores culturales.




Obras de la Colección Chocolate Cortés expuestas en la sede de la Fundación Cortés (Suministrada por Irene Esteves)


Yo creo que el coleccionismo responsable no ve la acumulación como un fin. Puede ser que sea parte de un proceso de hacer crecer la colección, de enfocarse en un tema, etc. Las colecciones tienen que tener un enfoque (...) Pero el tener arte por tener arte, por acumularlo y saber que tengo muchas obras, lo respeto, pero no es cómo lo entiendo”, Ignacio Cortés


Irene Esteves: Me consta que no han sido pocas las veces en que se le pregunta acerca de cómo se inició en el coleccionismo, y no pretendo hacer lo mismo. ¿Qué pregunta quisiera que sustituyera esa para dar pie a este diálogo?


Ignacio Cortés: Voy a compartirte algo y tú quizás puedes hilvanar la pregunta a partir de ahí. Hace tiempo que no subía a estos dos espacios, y ayer, cuando vine, que ni siquiera había visto lo nuevo en la escalera, subí y no había nadie, tal vez uno que otro visitante, y fue una experiencia sumamente personal e íntima. Me reencontré con todas estas obras y me sentí dichoso, muy dichoso, y bendecido de poder tener algo tan hermoso, mío. Fue como una sensación nueva, realmente. Fue como reencontrarme, redescubrir un amigo, que hace tiempo no veía; un amor perdido. Fue realmente como un encuentro de amor.


IE: ¿Acaso el arte le ha dado más de lo que usted jamás imaginó?


IC: Oh, sí. Definitivamente. “Todo empezó como jugando”, como dice el bolero. Fui recorriendo nuevos caminos, me abrió nuevas ventanas, puertas hacia otras experiencias. Y sí, definitivamente que a través del arte descubrí, he descubierto y sigo descubriendo múltiples nuevas experiencias; nuevos encuentros en todos los sentidos. Situaciones que me han llevado a unos foros internacionales a los que yo nunca pretendí llegar.


IE: ¿De qué maneras el arte lo ha acompañado a lo largo de su vida, como si de un amigo bueno y fiel se tratara? El arte como compañero de vida.


IC: Desde que tengo memoria, el tener cerca de mí algo que yo relacionara con arte fue y ha sido muy importante. Me acuerdo, que cuando estaba estudiando en Georgetown, compré en una tienda una copia de un grabado no muy grande de un toro de Picasso. Eso fue en 1967, y venía dentro de un marco de vinil, como en una caja, y lo tengo todavía. Lo tengo al lado de la computadora desde la que trabajo en mi casa. Algo que me costó –no sé– dos dólares o por el estilo, pero lo encontré bellísimo y me sentí sumamente orgulloso de tener un cuasi Picasso. Esto, aparte de las primeras obras de más valor como tal artístico. La primera fue de Carlos Raquel Rivera… Pero hablando de tener arte a mi alrededor, pues siempre ha sido como una necesidad. Me siento que añade y contribuye a sentirme mejor, sentirme motivado.


IE: Satisface entonces unas necesidades ese amigo fiel y constante.


IC: Sí, definitivamente. Lo necesito y según el tiempo ha ido pasando esa necesidad ha ido in crescendo exponencialmente.


Ignacio Cortés en la exposición museográfica que alberga el Centro de Visitantes de la nueva fábrica de Chocolate Cortés en la República Dominicana.

IE: Insiste en la palabra bello cuando habla del arte. Desde que empezó esta conversación hizo referencia a las obras que están ahora en las escaleras y las tildó de bellas. Veo que hay una relación directa entre lo que usted entiende es el arte, el arte que colecciona, y su definición de belleza.


IC: Yo reacciono a lo que me provoca, que es algo que he dicho en otros momentos. Eso que me provoca tiene muchas formas de manifestarse. Desde lo que es puramente bello, que no crea ningún tipo de ansiedad, duda o reflexión, que es algo que es hermoso de por sí, se disfruta en su esencia, hasta arte que realmente conmueve, mueve, exige. Y, en cierta manera, gravito mucho más hacia ese segundo tipo de expresión artística, más que a aquello que meramente es bello, es hermoso de por sí, que hay que respetarlo, admirarlo, aplaudirlo. Pero aquello que exige que uno piense, reflexione, que conmueva a uno, que ponga la imaginación a trabajar… gravito mucho más hacia ello.


IE: Quisiera saber qué usted hubiera querido ser, de no haber sido ni empresario, ni coleccionista.


IC: Pues mira, yo hubiera deseado tener sensibilidad musical para tocar un instrumento bien tocado.


IE: ¿Alguno que prefiera?


IC: Por alguna razón me gustan los que son de viento porque tienes que sacarlo de aquí, de las entrañas, y soplar y sacarle el “feeling” al instrumento. Bueno, ser músico y tocar bien un instrumento son dos cosas diferentes, pero definitivamente me hubiera gustado ser músico. Otra cosa que me hubiera gustado mucho –que me interesa sobremanera– es la arqueología. Me fascinaba desde bien niño tener cositas que fueran raras, que tuvieran algún significado en la historia. De alguna forma siempre me ha llamado la atención descifrar el pasado.


IE: Eso ya apunta al coleccionismo, ese proceso de descubrimiento para luego atesorar lo que se encuentra; resguardarlo. Sin embargo, me parece interesante que su colección de arte se destaca por ser contemporánea, sobre todo, no por objetos antiguos, mientras que lo arqueológico definitivamente apunta al pasado remoto. Bueno, a mí me consta que usted estudió fotografía y también cine, si bien sus estudios principales fueron en economía. Y me preguntaba, ¿cómo piensa que esos estudios en fotografía y cine inciden en su modo de coleccionar e, incluso, quizás hasta lo mejoran?


IC: Principalmente te diría que incide la fotografía. Porque si bien estudié cine y hasta hice un documental sobre el deporte de los gallos en Puerto Rico, realmente mi mente es más fotográfica. Quizás primero, corre en mi ADN porque mi abuelo yo considero que fue un gran fotógrafo. También, por otras razones; es más fácil crear con una cámara. Es algo tan personal y tan íntimo y del momento, y no necesitas intervención de nadie ni de nada, salvo algo que te interese afuera… Hablando de qué me gustaría haber sido, un fotógrafo corresponsal, internacional; un corresponsal de guerra. 


IE: Quizás podemos alegar que su interés en la fotografía le ha ayudado a entrenar ese ojo de coleccionista. Cuando miramos su colección reconocemos que hay mucha fotografía en ella, que es algo que no pocos halagan porque no en todas las colecciones encontramos muy bien representado el medio fotográfico. Y aquí en nuestro país muchos museos y espacios expositivos adolecen de apenas presentar material fotográfico. Así que es una contribución también importante que hace por medio de su colección.


IC: Correcto. La fotografía es un actor, un protagonista, dentro de la Colección muy muy importante. 


René Peña (Cuba, 1957). Sin título, 2007. Fotografía. Obra de la Colección Chocolate Cortés.

IE: Habría que hablar también de la contribución más amplia que logra la Colección Chocolate Cortés, como la colección de arte caribeño más importante en y más allá de Puerto Rico. No obstante, para muchos puertorriqueños el Caribe es un gran desconocido y su arte, el arte de nuestra cuenca, es uno de los grandes ausentes de los museos del país. ¿Cómo el haber vivido en la República Dominicana –porque usted vivió muchos años allá, a consecuencia del negocio familiar– abrió y cambió su noción del Caribe?


IC: Definitivamente, el haber vivido y trabajado, el haberme compenetrado con una sociedad, una cultura caribeña –que si bien caribeña y muy similar a la nuestra, los dominicanos tienen sus propios rasgos que los definen culturalmente– es una experiencia única. Yo creo que cualquier persona que haya vivido, no importa en dónde, por un tiempo extendido en una sociedad diferente a la suya, empieza a absorber nuevas experiencias, nueva información, nuevas maneras de entender y analizar la realidad, compararla con la suya. En el caso de la República Dominicana, que yo viví allí casi 14 años, estuve expuesto a toda una trayectoria de un país basada en una realidad muy diferente a la nuestra, a cómo eso entonces se reflejaba en los artistas. Y empecé a conocer algo de arte haitiano de los maestros del naif. Aquí también había algo, pero allí realmente había más oportunidad, y definitivamente, fue una experiencia que me enriqueció. No solamente porque conocí cómo se manifestaba artísticamente un país, sino que también me sensibilizó el haber estado expuesto a una experiencia diferente, pero paralela a la de Puerto Rico. Me llevó a abrir mi mente a las expresiones artísticas de otros países. Verlo como un todo y no como un artista que me gusta, sino realmente entender ese artista que surge de un entorno mucho más amplio de lo que es esa pieza –de esas dimensiones específicas frente a mí.


IE: ¿Diría entonces que fue determinante esa experiencia de haber vivido en República Dominicana a la hora de decidir coleccionar arte caribeño?


IC: Sí. Son como procesos que se van dando y uno los va descubriendo en el camino. 


IE: Y de no haber vivido allí, difícilmente hubiera tenido, como dijera, acceso al arte haitiano. ¿Qué lugar ocupa en la Colección Chocolate Cortés el arte haitiano? 


IC: En la Colección el tema afroantillano es, quizás, el que predomina. Y si no es el que predomina, por lo menos es el que más me gusta. Encuentro toda esa narrativa histórica fascinante. El arte haitiano, en particular, más que posiblemente el arte de cualquier otra isla, en ese sentido es el que yo considero está más atado a ella; que surge sin interferencias –por llamarlo así– que otros movimientos foráneos…


IE: Está menos contaminado; influenciado.


IC: Está menos contaminado, sí. Para mí, dentro de toda nuestra zona del Caribe, es la manifestación artística que está más identificada con sus raíces, con sus orígenes, con sus creencias, con su realidad, con sus aspiraciones, con sus posibilidades como país, como grupo, como nación. El movimiento del naif haitiano yo lo considero una de las joyas de la historia del arte del siglo XX y debe de tener un capítulo en la historia del arte universal. 


IE: ¿Diría entonces que es quizás la manifestación artística más pura de nuestra cuenca?


IC: Es pura porque es espontánea. La mayoría de esos artistas son autodidactas, no tenían con qué pintar ni en dónde pintar. En un momento dado pintaban en el piso, en las paredes, hasta que apareció un individuo por allí; un americano, DeWitt Peters, que identificó esa efervescencia que había allí inexplorada y olvidada y empezó a darle a esta gente cartón, lápiz, una brocha. Y creó entonces el Centro de Arte en Haití, y empezaron a unirse, a ir allí a compartir. Vuelvo y digo, es una expresión artística genuinamente espontánea, no está contaminada –como dijiste– es visceral porque son personas no educadas, que no tienen manera de añadir capas de pensamiento e interpretación. Sienten lo que sienten.


IE: Y de técnica también. Esa es otra capa que se sumaría.


IC: Ajá. Es alegre también, dentro de toda la miseria de cómo la historia los ha maltratado.


Philomé Obin, (Haití, 1892). Centenaire du Pont du Haut du Cap, 1947. Óleo sobre panel de lienzo. Obra de la Colección Chocolate Cortés que participa este año de la Bienal de Venecia.

IE: Decía que el arte haitiano merece un capítulo en la historia del arte universal y podríamos añadir que no solo Haití, sino Latinoamérica y el Caribe han sido un tanto reivindicados gracias a una instancia, que puede parecer eso –una instancia nada más— pero es un paso importante. Me refiero a la última edición de la gran Bienal de Venecia, que es la número 60, y lleva el título de “Extranjeros por todas partes”. Y qué curioso que sea el arte haitiano el que le ganara presencia a su colección en esta exhibición, que por primera vez desde el siglo XIX (1895) se le dedica, además, a Latinoamérica. Esto, porque el curador, Adriano Pedrosa, se comunica con usted solicitándole en préstamo dos pinturas de Philomé Obin, a decir: Centenaire du Pont du Haut du Cap y Deux Deguises du Carnaval. Quisiera nos hablara de lo que ha significado para usted y para la Colección Chocolate Cortés esta experiencia, desde sus comunicaciones con los encargados de la Bienal hasta los pormenores de préstamo y de traslado, y así también, del momento en que asistieron a la Bienal, usted y su esposa, y allí con sus obras se reencontraran.


IC: Comienzo por decirte que curiosamente en la Bienal, en sus dos áreas…


IE: El Giardini y el Arsenale.


IC: Sí. Digo, el resto de la ciudad está minada de exhibiciones, de pabellones de países. Pero en la exhibición como tal de la Bienal, temática, curada, en el Arsenale y el Giardini –y valga decir que el arte que se presentó curado por Pedrosa no era de Latinoamérica nada más, era internacional, de África, Asia, esquimal; los que no están en el “mainstream”, supuestamente– lo que es interesante es que había dos salas dedicadas a un país, una de ellas a Puerto Rico, y la otra, a Haití. Y en esa de Haití es que lógicamente estaban estas dos piezas de la Colección Cortés. Específicamente en esa sala el tema era el de la cotidianidad. No había representaciones de Vudú, ni históricas de Toussaint Louverture. Era la cotidianidad, “the otherness”, cómo esta gente vive, específicamente esta nación, este país, representado en estas obras. Eran de formato pequeño, te diría, de 2 x 2 pies máximo, por decir algo. 

Nosotros prestamos obras, no tenemos ningún reparo en compartir nuestro arte. Con exhibiciones de museos, lo que fuere, en Puerto Rico y fuera de Puerto Rico. Y a esos efectos, fuera de Puerto Rico hemos presentado obras en museos importantes en Estados Unidos y para exhibiciones itinerantes. Así que he ido conociendo, aprendiendo del profesionalismo de cómo todos esos museos o exhibiciones bregan; el respeto con que manejan las obras y el respeto que le dan al prestatario o al coleccionista. 


IE: ¿Cómo compara la gran maquinaria de la Bienal de Venecia, en ese sentido, con los procesos que usted ha vivido con otros museos y organizaciones?


IC: Siempre hay un elemento de seriedad y compromiso sumamente profundo, pero algo hubo aquí que me escribía más gente, pidiendo más información; uno, del embarque, otro, del seguro, otro, del tamaño. Había como que todo un “staff” especializado en algo que quizás en otros museos lo recoge un solo departamento, una sola persona.


Ignacio Cortés, Elaine Shehab y Dorilín Cortés junto a una obra de la Colección Chocolate Cortés en la 60 edición de la Bienal de Venecia.

IE: ¿Y cómo contrasta la experiencia de haber visto su arte, sus obras, en ese contexto a sabiendas, además, del peso histórico que tiene la Bienal de Venecia? 


IC: La verdad es que de repente haber irrumpido, casi sin saber bien si esa era la ruta, en la sala del Haití donde estaban las dos piezas, pues estuvo tremendo. Pensar que habían cruzado el Atlántico, como tal, del nuevo al viejo continente, esa experiencia nunca la había tenido. Fue una experiencia muy enriquecedora el verlas allí.


IE: Es una validación que desde mi perspectiva debería de marcar un antes y un después en el curso de esta colección y de la Fundación Cortés.


IC: Cada vez que piden una obra prestada, ese sentimiento, esa validación da mucha satisfacción. Y el estar allí, en ese sentido, trae un elemento de orgullo, indiscutiblemente. Pero, fíjate, hablando de algo interesante, y de algo que dijiste en las primeras preguntas que me hiciste, en cuanto a lo que el arte ha contribuido a mi vida, es que de repente me encuentro que soy como una estrella en el circuito internacional del arte, que me están pidiendo que haga presentaciones, que es lo menos que yo me hubiera imaginado.


IE: Quería que compartiera igualmente la experiencia de su comparecencia en calidad de conferenciante en la Feria de ARCO de Madrid, que se le dedicó también este año al continente latinoamericano, con énfasis en el Caribe, y la que próximamente tendrá en Panamá con ánimo muy similar.


IC: Bueno, este año la feria de ARCO se la dedicaron al Caribe y hubo durante varios días charlas, conversatorios, sobre diferentes temas de arte del Caribe y en mi caso me pidieron que yo hablara sobre el coleccionismo no acumulativo y lo consideré un tema sumamente interesante; muy relevante, muy válido.


Ignacio Cortés presentando junto a la curadora dominicana Sara Hermann en la feria internacional de arte contemporáneo ARCO, Madrid.

IE: Y me pregunto, qué le explicaron –si algo– de antemano acerca de ese concepto del coleccionismo no acumulativo. Porque cuesta pensar en un coleccionismo que deja de acumular. De hecho, muchos coleccionistas alegan que se supieron coleccionistas cuando habían amasado demasiados objetos artísticos, necesitando más espacio del que les ofrecían sus casas para guardarlos. Es el cúmulo lo que los lleva a realizar que eran coleccionistas. ¿Cómo se es coleccionista sin acumular?


IC: Es irónico, pero yo vi bien fácil el tema. En mi caso es así, yo no salí a hacer una colección de arte como tal. Fue un proceso de ir descubriendo, de ir añadiendo; me quería rodear de cosas bellas que me provocaran. 


IE: ¿Puedo atreverme a adivinar por qué lo vio tan fácil? ¿Será que deja de ser acumulativo en la medida en que se comparte, como usted lo comparte por medio de su Fundación? 


IC: No, no necesariamente. Yo creo que el coleccionismo responsable no ve la acumulación como un fin. Puede ser que sea parte de un proceso de hacer crecer la colección, de enfocarse en un tema, etc. Las colecciones tienen que tener un enfoque. Yo estoy claro en eso. Las colecciones enciclopédicas que tienen una obra de cada artista, de cada año, de cada época, de cada país, pues bueno tremendo, pero en última instancia yo entiendo que lo que añade valor es realmente el enfoque, en un tema, en una época. En fin… y si son muchas piezas, santo y bueno. Pero el tener arte por tener arte, por acumularlo y saber que tengo muchas obras, lo respeto, pero no es como lo entiendo. Y, por ende, cuando se me presentó el tema yo vi claramente lo que para mí es coleccionismo no acumulativo como un fin. Eran cinco preguntas, comenzando por cómo comencé a coleccionar. 


IE: Pero, sin embargo, dice esto y –aunque no estoy retando su planteamiento– hay una realidad aquí en su colección, y es que usted también se precia de solo haber salido de dos obras a lo largo de todos estos años de historia coleccionando, y de que lo hizo como un ejercicio que forma parte de ese proceso de ser y saberse coleccionista y de uno mismo exponerse a ciertas cosas para seguir aprendiendo. ¿Quiere hablarnos de la decisión de vender esas dos obras y de por qué no lo ha vuelto a hacer?


IC: Todas las obras de la Colección son parte intrínseca mía, de mi alma, de mi mente y hay unas que quizás no sean tan buenas como otras, pero de una forma u otra todas han representado un momento en mi vida y realmente no me quiero desprender de ellas. Me han hecho ofertas importantes de algunas piezas a nivel internacional. Pero no tengo interés. En mi caso, todas las obras son parte de un instante en mi vida y están ahí… y ojalá yo pudiera vivir rodeado de todas, todas ellas.


IE: Dicen por ahí que usted fue un éxito en ARCO y esperamos que también lo sea ahora que nos va a representar en Panamá. ¿Qué nos cuenta de esa invitación?


IC: En Panamá hay una fundación que se llama Fundación Los Carbonell. Inauguran el Espacio Arte y están haciendo un magno evento de actividades. Voy a presentar y el tema que me asignaron es el del rol o papel que juegan las fundaciones privadas en nuestras sociedades.


IE: ¿Y nos puede dar un anticipo sobre lo que va a exponer allá sobre ese tema?


IC: Sí. Yo soy economista y tengo una manera de entender la realidad desde un punto de vista teórico. Hay dos cosas. Hay crecimiento y hay desarrollo. Con el crecimiento mides cómo aumenta el valor de lo que se produce. En desarrollo, lo que estás es creando unas condiciones de bienestar. La realidad de nuestros países es que las necesidades de la población son apremiantes y no hay recursos suficientes para atenderlas, entonces los gobiernos se enfocan en el crecimiento. El desarrollo queda relegado a un segundo plano y ahí es que entran otros actores, incluyendo las fundaciones privadas. A mi mejor entender –y hablo de fundaciones de arte– primero está la intervención de éstas en el arte; apreciación y conocimiento del arte en la población, apoyo a los artistas, documentación, protección de un patrimonio, promover profesionales en museografía. Por su propia esencia una fundación de arte puede y debe convertirse en un agente de cambio. De ahí, que sean también entes para provocar reflexión, pensamiento crítico sobre la sociedad en general y tienen esa obligación. Eso es crítico y es necesario, y sin desarrollar eso, un país no tiene norte. 


 

Sobre la autora: Historiadora del arte y conservadora de bienes culturales. Cursó estudios en lenguas modernas, historia del arte y bellas artes en la Universidad de Puerto Rico, recinto de Río Piedras, y en la Universidad de Sevilla, en España, en donde obtuvo un doctorado en conservación y restauración de pintura. Con su tesis doctoral se especializa en la conservación mediante documentación del arte contemporáneo, poniendo por primera vez en práctica en Puerto Rico la modalidad de la entrevista de artista o de autor y desarrollando una nueva forma de hacer historia del arte. Profesora, curadora, conferenciante y ensayista, es autora del libro Conservación mediante documentación: Myrna Báez, la artista y su voz, publicado por Isla Negra Editores. Actualmente se desempeña como catedrática de la Universidad Ana G. Méndez y directora de su Museo y Centro de Estudios Humanísticos.

  


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