La historiadora del arte Mercedes Trelles profundiza sobre “1898 Visiones y Revisiones”, que se exhibió en el National Portrait Gallery de Washington, D.C.
La exhibición “1898: Visiones y Revisiones Imperiales de EE.UU.” estuvo a la vista en el National Portrait Gallery de Washington, D.C. del 28 de abril de 2023 al 25 de febrero de 2024. La muestra, curada por Taína Caragol y Kate Clarke Lemay con la asistencia de Carolina Maestre tuvo como objetivo demostrar las ambiciones imperiales de Estados Unidos y proveer un trasfondo histórico para la Guerra Hispanoamericana. Fue una exhibición osada, planteando en la capital de los Estados Unidos que la nación ha engañado, conquistado, colonizado y polemizado para crear y retener un imperio a pesar de sus declaraciones democráticas y antiimperialistas.
La muestra comenzaba con un retrato al óleo de Francisco Oller, “El Presidente McKinley” (1898), colocado en el panel de entrada. McKinley tiene en la mano un mapa enrollado de Puerto Rico y sobre la mesa se ve una pluma y un tintero con un elemento decorativo que incluye al águila imperial. Su posicionamiento nos alertaba sobre el rol que ocuparían el poder y la política en la exhibición, pero para los espectadores puertorriqueños fue tanto motivo de orgullo como un “shock” al sistema, ya que preferiríamos olvidar que esta obra existe.
Tras esa pieza tan significativa para los espectadores puertorriqueños, la exhibición planteaba una serie de salas o alcobas conectadas por un pasillo central. En cada una se abordaba un tema diferente. Los temas incluían: el preludio al imperio, el poder naval, Cuba, ¿república o imperio?, el debate en torno al imperialismo en Estados Unidos, Hawái, Puerto Rico, la cultura de consumo, las Filipinas, Guam y una última sección titulada codificar el imperio. A manera de contrapunto con el retrato de Oller, la pared del fondo ostentaba un extraordinario retrato de cuerpo entero de la reina del Hawái, Queen Lili’uokalani (1891-1892) pintado por William Cogswell. Esta pieza funcionaba como un imán, impulsando al espectador a continuar a lo largo de la muestra para llegar al punto focal y averiguar más sobre esa mujer hawaiana, vestida a la usanza europea y retratada de cuerpo entero, con un cinto de mando color azul. La pieza establecía un diálogo que parecía reclamar que el poder, lejos de estar encapsulado en el puño poderoso de McKinley que estruja a Puerto Rico, reside en la figura serena de Lili’uokalani y en el paisaje nativo que se ve al fondo; es decir, que había y hubo gobierno legítimo y poder local mucho antes de la llegada de los americanos.
1898 y la historia imperialista norteamericana no son novedades para los que de alguna forma u otra somos hijos de esas circunstancias. De hecho, si la exhibición posaba un reto era cómo representar las historias de sitios con historias tan diversas: en el caso de Hawái un proceso que se inició mucho antes de la Guerra Hispanoamericana, en el caso de las Filipinas un proceso que continuó con una guerra violenta durante décadas, en el caso de Guam la supresión de una cultura nativa y un dominio militar absoluto y en el caso de Cuba y Puerto Rico un tirijala por el poder y la autonomía que, aún entre estas dos antillas hermanas, es muy distinto. Las curadoras acometieron esta empresa compleja utilizando un lenguaje prolijo, casi clínico y prestándole a cada región, país y polémica un espacio discreto. De esa manera las obras de arte y fotografías alusivas a las Guerras Indias quedaban separadas de aquellas que manejaban el tema de Cuba o de Puerto Rico.
Aunque algunas partes de esta historia resultaban conocidas, la muestra lograba de todas formas sorprender y recontextualizar algunos aspectos de 1898. Es el caso con una de las primeras secciones de la muestra, la que tiene que ver con los antecedentes de la Guerra Hispanoamericana. En esta sección las curadoras enlazaban la expansión hacia el oeste que comenzó con el Indian Removal Act de 1830 con la Guerra Hispanoamericana al señalar que casi todos los generales de esas guerras fueron nuevamente destacados en 1898. El general Miles, quien entró el 25 de julio de 1898 por Guánica fue, precisamente, veterano de esas guerras. Otro momento destacado fue la inclusión de una alcoba hacia el final de la muestra donde las curadoras mostraron un material inédito –juegos de mesa, tarjetitas de coleccionista y un abanico– alusivo a la guerra. La noción de que se jugara a la Guerra Hispanoamericana utilizando dados y fichas para invadir Cuba y Puerto Rico fue tan curiosa como chocante e incómoda. Los artefactos sacados de la cultura popular del momento dan una idea de cuán popular fue la Guerra Hispanoamericana en Estados Unidos, cuánto interés generó y también cuán a la ligera se tomaban los actos bélicos. Muestra de ello es un abanico plateado que incluía retratos de sus principales generales y se usó como accesorio. Aún desde España se produjeron unas tarjetas ilustradas con detalles de generales españoles y campañas bélicas. El coqueteo entre la cultura popular y la guerra que se mostró en esta sala amplía la visión ya muy estudiada de la relación entre la prensa, la caricatura y la guerra.
Otra sección memorable fue la titulada “Republic or Empire?” en la que dominaba un espléndido retrato de Samuel L. Clemens (Mark Twain) realizado por John White Alexander entre 1912 y 1913. Mark Twain fue un crítico vehemente del imperialismo de su época. A su lado aparecían retratos muy dispares –un retrato fotográfico del conocido intelectual afroamericano W.E.B. DuBois (1907) realizado por James Purdey, así como un retrato anónimo del senador Benjamin Tillman. Todas estas figuras estaban unidas en su anti-imperialismo, pero por razones profundamente diferentes, algunas relacionadas a principios racistas y otras a principios democráticos. La presencia de W.E.B. Du Bois añadía a la sección el debate sobre la calidad de una república que le otorgaba participación desigual e imperfecta en la ciudadanía a los afroamericanos. Los temas debatidos en esta sección eran todos reconocibles pues aún son motivo de debate y lucha en la vida norteamericana.
Como visitante frecuente de museos e historiadora del arte, disfruté intensamente la muestra. La museografía incluyó el uso de un azul oscuro y de banderines bordados con letras doradas, creando una sutil alusión a los colores y las formas militares. La subdivisión en alcobas para cada tema y el uso de punto y contrapunto para iniciar y terminar la muestra –McKinley y Lili’uokalani– así como los textos cuidadosamente redactados, crearon una experiencia museística hermosa.
Sin embargo, hubo aspectos de la muestra que me inquietaron. Principalmente me preocupó la desigualdad del material visual. A lo largo de la muestra se contraponían fotografías y pinturas de forma indistinta. Ambas estaban en circulación en 1898, pero no funcionaban de la misma manera. Mientras la fotografía, que aún era nueva, traía consigo un efecto de tecnología, inmediatez y verdad (amén de curiosidad y souvenir por su aspecto de múltiple), la pintura creaba vínculos entre el presente y la tradición. Tan distinta era la circulación de uno y otro medio que vale la pena destacar que los dos grandes retratos que abren y cierran la muestra, el primero por Oller y el segundo por William Cogswell, derivan de sendas fotografías. Ambos pintores sintieron que la foto no descargaba suficiente poder simbólico y transformaron los retratos fotográficos en pinturas. La yuxtaposición de ambos medios, fotografía y pintura, sin examinar las cargas ideológicas de ambos, inclusive la diferencia entre tipos de fotografía (retrato, carta de visita, fotografía periodística y documental), fue algo que le restó a la experiencia.
La disparidad en términos de la calidad de las obras fue otro elemento que planteó retos. En esta muestra se incluyeron retratos de John Singer Sargeant, quizás el retratista norteamericano más importante de entre siglos. En particular en los retratos de Sargent, queda plasmada la personalidad de sus retratados: la ambición política y aspecto nervioso del senador de Massachusetts, Henry Cabot Lodge, la impenetrabilidad y el orgullo de Leonardo Wood, general de las campañas militares de Cuba, el gesto imperioso y malhumorado de Theodore Roosevelt, primero oficial militar y luego presidente de los Estados Unidos. Encontrarnos con retratos como el de Fernando Díaz MacKenna de Luis Muñoz Rivera (1917), o el de Miguel Díaz Salinero de José Martí (1942), de aspecto acartonado y torpe, obligaban al espectador a desestimar su identidad de obras de arte para privilegiar su rol de ilustración histórica. Solo en los casos de Oller y los retratos de los abogados filipinos Felipe Agoncillo (1899) por Félix Resurrección Hidalgo y el retrato de Apolinario Mabini (1911) de Fabian de la Rosa y Cueto, nos encontramos con retratos que no son hechos por artistas americanos pero cuya calidad pictórica da el doble golpe que se espera de un buen retrato: simultáneamente una obra de arte y una representación de una figura histórica.
“Fue una exhibición osada, planteando en la capital de los Estados Unidos que la nación ha engañado, conquistado, colonizado y polemizado para crear y retener un imperio a pesar de sus declaraciones democráticas y antiimperialistas” - Mercedes Trelles
“1898 Visiones y Revisiones Imperiales de EE.UU.” fue una exhibición compleja y costosa cuyo valor es inmenso. Para los norteamericanos este es un tema a menudo olvidado o incluso ignorado. Esta exhibición incluyó retratos fotográficos y pictóricos, mapas, recortes de periódicos y objetos que demostraban el rol imperialista de los Estados Unidos y confrontaba al espectador con una historia crítica. Y fue una muestra que buscó respetar la diferencia entre las historias de Guam y Hawái, las Filipinas, Cuba y Puerto Rico. De hecho, los textos curatoriales se encuentran traducidos a los lenguajes hawaiano, chamorro y filipino en la página web y se encontraban en inglés y en español a través de las salas. Para espectadores como nosotros, directamente impactados por esta herencia colonial, fue una oportunidad de recordar que no estamos solos en nuestra experiencia. A menudo nuestras historias se encuentran “balkanizadas” –sabemos nuestra historia política nacional, pero no conocemos o nos interesamos, por poner un ejemplo, por la de Guam. Vernos en el conjunto, como planteó esta exhibición, es importante pues puede crear vínculos de solidaridad y aumentar nuestra capacidad crítica.
En un mundo ideal, “1898 Visiones y Revisiones Imperiales de EE.UU.” sería una exhibición permanente en la capital del imperio. En este mundo imperfecto en el que vivimos, la muestra deja un espléndido catálogo con ensayos académicos, amén de una página web en la que se pueden leer todos los textos de la muestra y ver de forma digital las obras que estuvieron allí reunidas.
Sobre la autora: Mercedes Trelles Hernández es catedrática asociada de Historia del Arte en la Universidad de Puerto Rico, recinto de Río Piedras. Obtuvo su doctorado con especialidad en arte moderno latinoamericano de la Universidad de Harvard. Sus temas de investigación incluyen el arte Pop en América Latina, la fotografía y el arte de Puerto Rico y el Caribe. Ha trabajado como curadora de la colección del Museo de Arte de Puerto Rico (2000-2003) y como curadora independiente y ha sido consultora para exhibiciones internacionales como “The World Goes Pop” (2015) en el Tate Modern y “No existe un mundo poshuracán: Puerto Rican Art in the Wake of Hurricane María” (2022) en el Whitney Museum of American Art. Actualmente forma parte del primer grupo de estudiosos de la iniciativa de Hunter College y la Mellon Foundation, “Bridging the Divides, grupo de estudio de descolonización”.
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