El curador y artista Humberto Figueroa comparte sus impresiones acerca del libro “Carlos Raquel Rivera, Surrealismo o Pesadilla, interpretaciones estéticas de sus grabados y pinturas”, escrito por Ernesto Álvarez
La publicación y distribución de un libro sobre la obra de un artista puertorriqueño siempre genera entusiasmo, despertando el interés por adquirirlo y estudiarlo. Lo que puede parecer una gestión rutinaria dentro de las políticas de educación para todos los niveles resulta, en realidad, una acción excepcional. Tanto profesores como estudiantes de todas las disciplinas –especialmente aquellos interesados y comprometidos con el ámbito cultural y de las artes– reconocemos que la bibliografía sobre arte y artistas puertorriqueños es limitada.
Aunque existen miles de catálogos publicados desde las primeras décadas del siglo XX hasta la actualidad, que documentan exhibiciones de artistas en instituciones públicas y entidades privadas, y a pesar de la abundante cobertura en notas periodísticas, apenas contamos con un puñado de libros dedicados al arte y a los artistas de Puerto Rico.
Ante esa realidad, reconocemos con entusiasmo el libro “Carlos Raquel Rivera, Surrealismo o Pesadilla, interpretaciones estéticas de sus grabados y pinturas”, escrito por Ernesto Álvarez y publicado en 2022 por Ediciones Boan en Arecibo, con edición del Taller de Investigación y Desarrollo Cultural (TAÍNDEC) de Yauco.
La obra invita a los conocedores a revisar la vida y obra del artista yaucano y permite a aquellos que aún no lo conocen a adentrarse en su historia, gracias a una edición muy bien cuidada. El libro consta de dieciséis (16) capítulos que van desde lo cronológico, a los aspectos técnicos y simbólicos.
Ernesto Álvarez, el autor, es un artista y promotor de las artes, vinculado a la escena académica y cultural de la Universidad de Puerto Rico (UPR) en Río Piedras. Este libro es producto de su exhaustiva labor investigativa.
La publicación abre con una introducción en la que el autor aborda el arte realista y el arte moderno, resaltando que “el arte es evolución”, como dijo el propio Carlos Raquel Rivera.
Álvarez conoció al artista en octubre de 1968, cuando comenzó a colaborar con artistas gráficos y escritores en la División de Educación a la Comunidad y en el Taller de Artes Gráficas del Instituto de Cultura Puertorriqueña, con el fin de fomentar las artes en sus respectivas áreas de trabajo y servicios.
Para ese entonces, el autor preparaba una exhibición para la sala del Centro Universitario de la UPR y decidió acercarse a esos artistas reconocidos en la isla por su arte de crítica, protesta social y política. En ese momento –finales de los años 60–, el mundo vivía aires revolucionarios y Puerto Rico, con su crítico problema colonial, no era la excepción. Fue en ese periodo que Álvarez se ganó la confianza y la amistad de Carlos Raquel Rivera.
“Aunque existen miles de catálogos publicados desde las primeras décadas del siglo XX hasta la actualidad, que documentan exhibiciones de artistas en instituciones públicas y entidades privadas, y a pesar de la abundante cobertura en notas periodísticas, apenas contamos con un puñado de libros dedicados al arte y a los artistas de Puerto Rico” – Humberto Figueroa Torres
En el libro, el autor teje una narrativa que combina el desarrollo del arte puertorriqueño con su apreciación formal y técnica, sus memorias de vida e intercambios con el artista. A lo largo de los capítulos, reflexiona sobre grabados, dibujos y pinturas del maestro yaucano, interpretando sus temas y describiendo en detalle algunas de sus obras más importantes.
Álvarez, además, evidencia en la publicación el temperamento y la mentalidad de Carlos Raquel Rivera. En el proceso de su narración, intercala comentarios críticos que se relacionan con su análisis formal. Por ejemplo, al referirse al grabado en linóleo “Huracán del Norte” (1955), recuerda el momento en que vio esta pieza en una exhibición en Arecibo en 1958 y comenta: “Es extraordinario el sentido del movimiento de las grotescas figuras. Lo más fácil es decir que se trata de un ‘cuadro surrealista’, dejados llevar por los códigos de las modas pictóricas en el ambiente cultural de nuestras artes. Lo difícil es penetrar en el sentido alegórico desprendido de la mente del artista” (p.90).
El autor también menciona que el grabador prefería hacer ediciones pequeñas para evitar el deterioro de sus impresos, intercalando la composición general y las formas dinámicas desplazadas en trazos grandes que cruzan de un lado a otro del plano de la imagen. Este ejemplo permite reflexionar acerca de cómo, en el proceso de revisión de las publicaciones sobre el arte puertorriqueño, el análisis formal suele ser poco frecuente, ya que se privilegia la narrativa histórica y la exposición de temas representados, lo cual puede reducir el arte a simples ilustraciones.
Es evidente y palpable que Álvarez escribe y analiza desde su compenetración con esos creadores de varias disciplinas con los que compartió, y que esa interacción se daba mediante reuniones de trabajo, pero también en mesas y momentos donde en ambiente informal se conversaba sobre arte, diseño, técnicas, política, filosofía, estética, colonialismo, gobierno y educación entre otros asuntos.
Esos artistas del cartel con los que compartió tenían que hacer sus investigaciones sobre el asunto del cartel y sobre las alternativas de diseño que mejor sirvieran para comunicar el tema. La imagen final impresa debía ser novedosa, atractiva y legible. O sea, que tenían muy claro que el proceso de diseño y de grabado no respondía a elucubraciones caprichosas, más bien a mensajes visuales claros y digeribles.
Por eso, en el caso de intentar identificar el estilo o la tendencia estética de las obras de Carlos Raquel Rivera, hay que reconocer, como dice el maestro Martorell, que “las categorías son limitantes y no son efectivas”.
Según avanzamos en el libro, se va confirmando el reto que supone el analizar y comentar sobre la vida y obra extraordinaria del artista Carlos Raquel Rivera. En un punto, se menciona una de las obras de mayor valor en la historia del arte puertorriqueño: “Niebla”. Álvarez incluye en su texto un escrito del maestro Carlos Raquel Rivera publicado en el periódico Claridad en 1993, en el que describe una experiencia de inmersión en la naturaleza durante la década de 1970, mientras recorría los montes del centro de la cordillera central para llegar a la casa donde nació. En su relato, el pintor va describiendo lo que sus sentidos van palpando. Es así, como se asoman lentamente a nuestro recuerdo los detalles maravillosos y enigmáticos de ese cuadro. El decir campesino va brotando intercalado entre observaciones que describen un tejido verde, impenetrable y exuberante.
“Carlos Raquel Rivera, Surrealismo o Pesadilla, interpretaciones estéticas de sus grabados y pinturas”, incorpora citas de colegas de Carlos Raquel Rivera, entre ellos: Emilio Díaz Valcárcel, José R. Oliver, Rafael Tufiño, Lorenzo Homar, Antonio Martorell, Nelson Sambolín, Anjelamaria Dávila y Félix Rodríguez Báez. También destaca otras citas que se publicaron sobre su vida y obra en diversos medios de comunicación, completando un mosaico que ofrece una imagen parcial del artista. En el libro, hay material suficiente para una exploración cinematográfica sobre uno de los grandes maestros de la plástica puertorriqueña en varias versiones.
Carlos Raquel es hoy un faro que ilumina a numerosos artistas que reconocen su originalidad, su brío y su desafío desde lo temático, conceptual y formal.
Desde la ternura que afirma la vida del recién nacido al niño dormido en la hamaca, a los vientos huracanados que arrancan techos y anuncian la muerte. Desde las caravanas eleccionarias en la colonia, al águila imperial que observa a muertos y heridos en “La Masacre de Ponce”, al árbol encendido en una noche al espectro que permanece arropado entre la maleza, en esa gran panorámica de la “Niebla”, a su carbonera encendida para siempre, a sus alucinaciones cromáticas. En sus últimos días con su cabello pintado de rojo achiote, el artista Carlos Raquel Rivera dejó una estela que nos mueve de los nocturnos a los relucientes días de sol en su vida.
Gracias a Ernesto Álvarez por dedicarle tantas horas de su tiempo para dejar un fruto amoroso para los jóvenes de edad y de corazón que hoy día llevan el relevo en la protesta y en el acto afirmativo de vida desde las artes.
Nota de la editora: Este texto fue modificado para propósito de esta publicación. Se tomó del texto original que leyó Humberto Figueroa Torres el 24 de junio de 2023 en el Museo de Arte de Ponce, durante la presentación del libro de Ernesto Álvarez, auspiciado por el Ateneo de Ponce y TAÍNDEC en Yauco. Agradecemos al Instituto de Cultura Puertorriqueña por compartir las imágenes de las obras que acompañan este escrito.
Sobre el autor: Curador, artista e investigador de arte puertorriqueño. Lleva cuarenta y cinco años trabajando en proyectos y entidades de arte y cultura, en el servicio público en Puerto Rico. Ha estado directamente vinculado con la programación de cientos de exhibiciones de arte, propuestas de investigación y conservación de arte. Se ha desempeñado como profesor en la Escuela de Diseño de Altos de Chavón en República Dominicana, en la Escuela de Artes Plásticas y Diseño de Puerto Rico, en la Universidad Interamericana de San Germán, en la Universidad del Sagrado Corazón, y la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras. Ha participado en proyectos de investigación y exhibición de trabajos del artista Antonio Martorell por los pasados treinta y cinco años. En esas colaboraciones se ha destacado en curadurías y museografías para diversos museos del país. Como curador independiente ha coordinado, investigado y curado exhibiciones y comparsas del arte de la máscara de Ponce, desde la tradición y evolución formal. Ha participado en dos ediciones de la Bienal del Gueto en Puerto Príncipe, Haití, en la Fundación Casa Cortes, en San Juan, y en la Bienal de Arte Latino en Nueva York. Actualmente trabaja de forma independiente como curador y artista.