El tiempo cíclico según la artista Elsa María Meléndez
- Jorge Rodríguez Acevedo
- 2 jun
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Jorge Rodríguez Acevedo conversa con la artista desde su taller en Caguas, donde teje su obra artística

Pasas la mano sobre la obra. La lees con los dedos, como si fuera escritura braille. Los contornos, las punzadas del bordado sobre la tela; juntas, abultadas como trazos que se solapan unos con otros. Y en un instante, te pinchas: hay un alfiler. Elsa María Meléndez lo había escondido ahí.
Estamos en su taller, ubicado en el centro urbano de Caguas. Este espacio es de paredes blancas, altas, que se extienden sobre lozas criollas verdes y rojas, y que giran alrededor del espacio de creación. En el centro de todo, como eje oscilatorio, se posa la máquina de coser. A la izquierda, en un pequeño cuarto, se despliega sobre una mesa, Es una trampa (2019). Su composición espiral, huracanada, que revuelve entre el orden y el caos, la luz y la oscuridad; pero, a su vez, plasma el vuelo de las palomas, revolviendo sobre uno. “Voy acomodando por colores, es como ir pintando. Voy haciendo una composición con los colores de la tela”, dice Meléndez. “Hay algo que se quiere romper siempre en la obra”, agrega la artista. La tensión, la contradicción dialéctica de opuestos que busca crear una doble experiencia: la atracción visual, que al acercarte, el texto repele, nos devuelve a la incertidumbre cotidiana, a la trampa que soportamos diariamente. Pero, en ello, abre un espacio para cuestionar, para volver atrás.

Algunas civilizaciones primigenias, al igual que los mayas y los egipcios, concebían el tiempo como un devenir cíclico, contrario a nuestra percepción lineal. Todo comienza y termina, una línea con inicio y fin. Pero la obra de Elsa María se rige bajo una inconsciente percepción cíclica del tiempo; vuelve sobre sí, recompone el lenguaje, retrabaja sus piezas para incluso ir contra sí misma, partiendo de la afinidad con los materiales; una tela, una textura que la lleva a volver. En su estante, abundan los materiales textiles reciclados, el relleno de algodón sacado de peluches y cojines, los patrones del textil en trajes y camisas. “Yo voy para atrás y recojo material, y vuelvo a traer a la vida esos conceptos”, cuenta la artista.

Luego de completar su grado, en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, especializándose en grabado, Elsa María volvía constantemente a la institución para utilizar la prensa de impresión, pues no poseía una propia. Su profesor, Martín García, vio el grabado que acababa de imprimir, tenía su rostro. “Esa eres tú, ¿verdad?”, le preguntó. “Pensé, ¿qué hago? ¿le digo que no? Pero le dije que sí; que necesitaba una cara y usé la mía”, recuerda. “Esa sensación de sentir que me descubrieron me gustó. Ahí empecé a trabajar desde otra dimensión el arte, toda esa duplicidad y fantasía”. Hilvanado en su centro, una obra suya reza: “No hablo de mí, hablo de ti con mi rostro”. El fin no es la autobiografía, sino el hablar del otro. “Soy una persona dentro de un colectivo, una comunidad. Lo que reflejo en mi intimidad cotidiana también es un reflejo de una colectividad”.

Sus grabados comenzaron a elaborarse en composiciones tridimensionales, “las cajitas”. Una caja de madera alberga la escena, como en El cafetín de la isla (2007) o ¿Por qué me preocupo tanto? (2010), donde injertos recortados, títeres móviles cuelgan de hilos y carretes. Denota la influencia de José Rosa en su obra: “con José Rosa me di cuenta que uno podía hablar de esas cosas, de lo pueblerino, las malas palabras”, dice Meléndez.
“Elsa María Meléndez utiliza el hilo sin pretensiones, pero en denuncia constante, sublevando el orden, bordando historias; hablando de nosotros, pero con su rostro” - Jorge Rodríguez Acevedo
Sobre su mesa de trabajo, hay decenas de recortes de figuras. Al extremo izquierdo, cerca de la esquina, los lápices están paralelos unos con otros, y una pequeña lámpara de mesa ilumina focalmente el centro. El espacio es limpio, ordenado; un caos en potencia. Mueve las figuras sobre la mesa poco a poco con sus manos, “son como personalidades en transición”, nos dice, para enseguida añadir que “a la misma vez revelan una personalidad oculta”. Dentro del pensamiento psicoanalista de Carl Jung, hay una parte oscura en nosotros llamada la Sombra. Nos puede brindar fuerza, pero a su vez carga toda nuestra perversión, lo que suprimimos para crear la imagen propia. Elsa despliega la Sombra sobre la mesa.
“Estos personajes, que son recurrentes en mi trabajo, son más para dar el contexto social de Puerto Rico. Está el hombre con la guitarra; la mujer con patas de perra, perreando; está el flamenco, por esa idea externa del paraíso tropical cliché”. Hay desproporción en ellos, son cuerpos en metamorfosis incompleta, pequeños diablillos que te observan, te juzgan, como salidos del Libro Rojo de Jung. Las figuras flotan, se desplazan con el movimiento de las manos, comenzamos a ver los hilos. “No quería usar pega para que el papel no se pusiera amarillo con el tiempo. Fue un recurso técnico. Empecé a coser en vez de pegar, hasta que el hilo se volvió protagónico”, revela.

Nos sentamos en la sala, bajo la mirada de Aun así (2022), que se estrecha sobre la pared del fondo. Un cuerpo desnudo, pero no sexuado, un balance de opuestos; la armonización del caos. Requiere un esfuerzo físico constante para trabajarla, levantarla a la pared para visualizarla, y descolgarla repetidas veces. Recuerda, en su niñez, ver a su madre cosiendo, a su abuela que bordaba y la otra que hacía bizcochos. Su papá era ingeniero, y no olvida el olor de sus lápices, del grafito, que envolvía su oficina, quizás veamos la suma de su esencia en ello: los colores, el grafito, el hilo.
En 2023, en una de las largas noches postrada frente a la máquina en su residencia artística en Studios at MASS MoCA, en Massachusetts, se da cuenta de que la aguja que su mano, años antes, había guiado sobre la plancha de cobre, era ahora la aguja que cargaba el hilo. La obra se trabajaba, como una plancha de impresión, negativa y positiva, un hilo que sube, y otro baja. “Ahí me empiezo a dar cuenta que mi trabajo con el hilo estaba bien cercano a lo que hacía con el intaglio. Y ahí me doy cuenta que la línea del surco que hacía con la aguja del intaglio es la línea que estoy recreando con el hilo. Que siempre había estado grabando”. El momento de catarsis, la síntesis del conflicto de fuerzas, se llevó a cabo cuando elaboró una plancha de impresión hecha de hilos.

Mirando hacia afuera, la luz del sol refleja en ángulo sobre las losas hidráulicas, entrando por la puerta amarilla de la entrada. En el balcón enrejado, hay muchas plantitas. Tiestos reciclados, pequeños envases que posibilitan el crecimiento de ellas. La germinación de la vida. Hay un contacto particularmente cercano. Los tiestos se desbordan del balcón, hacia afuera, algunas colgando de las rejas. “Sabes, no creo en la inspiración. Si es algo, para mí, es como fijarnos y actuar más como la naturaleza”. Es una forma de cómo resolver conflictos, una comparativa diaria que luego se ilustra en la resolución de la obra de arte.

Elsa María pliega Es una trampa, y bajo ella está Propuesta para salvar a Puerto Rico. “Es casi una abstracción. Es un interés pictórico, aunque no sea pintura”. Los ropajes, las camisas abotonadas que meten sus mangas en los bolsillos de todo un pueblo se materializan en trazo abstracto, pictórico. “Pero no está terminada. Mientras están aquí conmigo, no están terminadas. Están en metamorfosis”.

Hay un mito, para los antiguos griegos, llamado el mito de Aracne. Ella, una joven nativa de Hipepa, (hoy en territorio de Turquía) poseía la capacidad de hilar historias, tapices, de tejer con tal destreza tan implacable que avivó los celos de Atenea, diosa de las artes. Acusaría a Aracne de soberbia, de mostrar temas ofensivos a los dioses, las fallas morales de Zeus. La reta a una competencia, pero Atenea, al verse claramente derrotada, se llena de furia, transformándola en la primera araña. Un hilo saldría de su vientre, hilaría por siempre. El tiempo cíclico gira de manera constante, confluye el pasado en el presente. Se repite. Elsa María Meléndez utiliza el hilo sin pretensiones, pero en denuncia constante, sublevando el orden, bordando historias; hablando de nosotros, pero con su rostro.
Sobre el autor: Jorge Rodríguez Acevedo es analista, teórico y escritor de temas culturales, enfocado en arte puertorriqueño. Cuenta con un bachillerato en Filosofía de la Universidad de Puerto Rico, recinto de Mayagüez, y una maestría en Estudios Culturales y Humanísticos de la misma institución. Se ha desempeñado en la docencia y en la labor museística.