Sobre la abstracción: carta de Nelson Rivera
- Nelson Rivera
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En esta reflexión epistolar, el artista y crítico de arte vuelve a poner en el centro de la conversación las absurdas divisiones que persisten en el país sobre el arte abstracto

19 de abril de 2025
Querida Marilú:
Me llamas para invitarme a escribir “sobre la abstracción” para la revista Plástica y de entrada añades, “aunque yo sé que tú ya no escribes”. Tienes toda la razón. No quiero escribir y mucho menos sobre la abstracción, pues una parte de mis escritos en los años 80 y 90 participó de esas polémicas, extendidas en Puerto Rico por medio siglo.
Recuerdo que a comienzos de los años 80 la revista Art in America reseñó la exposición Puerto Rican Painting presentada en Nueva York. El escrito señalaba que, por lo visto en el museo, no existía mucho interés en Puerto Rico por la abstracción. Luis Hernández Cruz contestó y su respuesta se publicó en la revista. Por mi cuenta, también contesté, pero mi respuesta no se publicó. En ella denunciaba la falacia del desinterés por la abstracción en Puerto Rico y señalaba que esa errónea impresión es el resultado de curadurías que intencionalmente minimizan y segregan la presencia de ese arte entre nosotros.
Desde eso ha pasado un poco más de cuatro décadas. Visitemos hoy una colectiva de arte puertorriqueño y preguntémonos: ¿Incluye la misma cantidad de abstractos y figurativos? No. ¿Se incluyen más obras abstractas que figurativas? No. ¿Colocan obras abstractas a la entrada de la exposición? No. Las obras abstractas, ¿comparten los mismos espacios con las figurativas? No. ¿Se reconoce el compromiso político, social y cultural de los abstractos como el de los figurativos? Jamás. Es 2025 y seguimos en las mismas. Inexplicablemente, persiste la presentación de la abstracción como una anomalía cuya existencia podemos reconocer y hasta se les puede separar su esquinita para que esos artistas no se acomplejen, bendito, porque, aunque descarriados, ellos también son hijos de Dios, ah, pero no merecen igual trato a los del figurativo pueblo escogido.
Mi desagrado con el asunto también está relacionado con el ambiente cultural de esta última década, en la que se han afianzado lo que me ha dado por llamar “guetos”. Se agrupan artistas por asuntos que nada tienen que ver con el arte (la pigmentación cutánea, las afinidades sexuales, el género —los que sean— con que se identifican), amén de exigir una moral y personalidad sin tacha. No se mira la obra, sino a la persona, un acercamiento equivocado con el que se debilita una colectividad diversa al ser fraccionada, segregada. ¿Cómo dar cuenta de una comunidad si de entrada la fragmentamos? ¿Cómo fortalecer nuestra comunidad si troceamos la obra de quienes la piensan, la imaginan, la afirman?
Entonces, mi dilecta Marilú, ¿qué hacemos con ese gueto, tan fastidioso, de “los artistas abstractos”? Hoy día, las fotos del universo, macro y micro, existentes gracias a telescopios y microscopios nucleares, brindan imágenes sorprendentemente idénticas a las abstracciones de tantos artistas. Ahora podemos reconocer que esos pintaron cosas concretas. En ello, son iguales a quienes se decantan por la figuración. Decir que los abstractos rechazan la realidad es un disparate, como disparatada es la acusación de que no reparan en la comunidad.
Comúnmente, a los abstractos se les ha acusado de poseer espíritu “individualista”, enajenados de las preocupaciones y conflictos de la sociedad, incapaces de abordar las grandes narrativas. De acuerdo con una malintencionada lógica, como los abstractos “le dan la espalda a la realidad”, también le dan la espalda “al pueblo”, limitando su inocuo y desentendido arte a “un juego” con el color, las texturas, la luz, las formas, porque —¡milagro, milagro!— a los abstractos no les perjudican las leyes de cabotaje ni la Junta de Control Fiscal, mira tú.
“Visitemos hoy una colectiva de arte puertorriqueño y preguntémonos: ¿Incluye la misma cantidad de abstractos y figurativos? No. ¿Se incluyen más obras abstractas que figurativas? No. ¿Colocan obras abstractas a la entrada de la exposición? No. Las obras abstractas, ¿comparten los mismos espacios con las figurativas? No. ¿Se reconoce el compromiso político, social y cultural de los abstractos como el de los figurativos? Jamás. Es 2025 y seguimos en las mismas” - Nelson Rivera
Aquí te regalo una pincelada: el 23 de octubre de 1977, el presidente de la Generalitat de Catalunya, Josep Tarradellas, regresó a Barcelona tras 38 años de exilio a causa de la dictadura franquista. La prensa en aquel día registró más de un millón de personas en las calles de la ciudad, en saludo a Tarradellas y en reclamo por la autonomía política catalana, significativo acontecimiento que marcó la transición hacia la democracia en España. Pues bien, cuenta su hijo David que nuestro maestro pintor Julio Rosado del Valle presenció esa histórica manifestación desde su apartamento en Barcelona. Tres años después, Rosado firmaba su pintura Multitud, realizada en su totalidad con manchas de color, sin referencia a la figuración. (Acá entre nos, pintura más blaugrana que esa, imposible, me pregunto si en Barcelona la habrán visto.) Ahora, si diéramos por cierto el infame mito boricua sobre la abstracción, nos veríamos forzados a concluir que, de espaldas a una multitudinaria manifestación antifascista e independentista, Rosado del Valle opta por ponerse a “jugar con el color”, porque como puertorriqueño afrodescendiente y artista, la lucha contra el coloniaje y la dictadura en nada le concierne. La pintura, según esta mezquina entelequia, y contrario al dictum de Picasso, se hace para decorar apartamentos y, Rosado del Valle, resulta un decorador más.
Así de insensata e irresponsable es la idea de que la abstracción se desentiende de los asuntos políticos. Multitud es esa pintura que en 1988 declaré la obra que “sintetiza las vivencias y esperanzas de un pueblo como no habíamos visto desde El velorio de Francisco Oller”. Esa afirmación podrá ser debatible, pero en modo alguno ociosa ni arbitraria. Responde a la inaceptable condenación a la abstracción porque, si bien esa censura no logró refrenar nuestro arte abstracto, sí ha sido muy efectiva en quitarle visibilidad y legitimidad a demasiados artistas, por su omisión en muestras de arte nacional e internacional, estigmatizados por supuestamente ignorar asuntos de identidad, colonialismo, género, raza y todo el etcétera y, peor aún, de ser clones de los “americanos”. El lamentable resultado ha sido el menosprecio y marginación de maestros artistas, mientras se privilegian mediocres figurativos.
Lo más penoso de las etiquetas es que, si bien se usan en nombre de una necesaria visibilidad, lamentablemente se convierten en agentes de la censura. Cumplen la misma función de esos letreros que en ocasiones aparecen a la entrada de alguna exposición de “aquí hay obras que podrían herir la sensibilidad de algunos espectadores” y, claro, ya uno entra preparado para ser agredido. Lo mismo con la etiqueta de “arte abstracto”: a priori se le separa del resto, se le cubre con el estigma de ser “dificultoso”, “enajenado”, “irresponsable”, desmerecedor de nuestra atención, contrario a la figuración, la que en este esquema queda como “la norma”. Las etiquetas son una forma de victimización permanente.


A estas alturas, las divisiones entre figuración y abstracción se estrellan ante las obras de Zilia Sánchez o Luis Hernández Cruz o Iván Girona, y hasta de la misma Ivelisse Jiménez, nuestra “abstracta” de más “línea dura”. Quien pinta, esparce pigmento sobre una superficie. Esparcir pigmento sobre una superficie es lo que hace Oscar Mestey Villamil, es lo que hace José Luis Vargas, es lo que hace Antonio Navia, es lo que hace Ramón Bulerín. Por eso, sueño con el tiempo en que no se le imponga al arte el apartheid que impide a cada espectador recibir las obras sin imposiciones. Sueño con ver una pintura de 1979 de Myrna Báez al lado de una pintura de 1979 de Noemí Ruíz. Sueño con ver una pintura de 2025 de Nora Rodríguez Vallés al lado de una pintura de 2025 de Ivelisse Jiménez. Es inadmisible separar a tantos artistas obviando el hecho de que vivieron y viven en el mismo lugar y al mismo tiempo. Las obras de todos se enriquecen justamente cuando se presentan sin la faja de las denominaciones, fuera del gueto. El arte debe ser tratado como lo que es, una práctica de libertad. Y en las artes, la libertad se puede dar con imágenes de bambú, manchas de pigmento, rostros, figuras geométricas, con lo que sea que a cada artista se le ocurra. Insistir en divisiones resulta pernicioso para las artes, artistas y espectadores.


Me pregunto si esta situación tiene su origen en una incomprensión del arte, pues poco importa que unos sean abstractos y otros figurativos, vemos la misma intolerancia a obras de José Luis Vargas que a las de Lope Max Díaz que a las de Bárbara Díaz Tapia que a las de Ivelisse Jiménez, y ni hablemos de las prodigiosas esculturas de Elizabeth Robles. Nos es más cómodo aceptar obras que representen “algo” (rostros, paisajes, objetos), pero no aquellas que no representan “algo”, sino que son “algo” en sí mismas. Nos engañamos al creer que “entendemos” pinturas tales como la Mona Lisa o el Bambú de Myrna Báez porque podemos identificarlas como “una mujer” o “un bambú”, cuando realmente son imágenes más abstrusas que las de un Jackson Pollock. Esta lamentable ceguera nos impide reconocer significativos proyectos descolonizadores, tales como la pintura de Antonio Navia e Ivelisse Jiménez, sí, así mismo, proyectos descolonizadores, entre nosotros degradados a apáticos “juegos de forma y color”. Ante la incomprensión, se recurre a etiquetas excluyentes en aras de encubrir insensibilidades, cuya inevitable consecuencia es la represión de un quehacer cultural coherente y poderoso.


Dicho esto, felicito a la imprescindible revista Plástica por su iniciativa en dedicar un número a tan necesaria y ninguneada actividad puertorriqueña. Como vimos en la exposición del cincuentenario, curada con inteligencia por José David Miranda, la Liga ha sido un espacio clave para el desarrollo de las artes en Puerto Rico y, en particular, de la abstracción y la experimentación. Eso no es poca cosa. Y gracias a esa exposición, pudimos ver, en vivo y a todo color, que la abstracción, tan menospreciada, ha sido, por el contrario, fundamental en el desarrollo del arte nacional. Si alguna institución en Puerto Rico le ha dado una acogida generosa al “arte anormal” ha sido la Liga. Por ello, no sorprende que haya sido la casa de tantos “anormales”. Pienso, sobre todo, en el maestro Antonio Navia, cuyas tres instalaciones creadas específicamente para el espacio de la Liga (1978, 1983, 1986) siguen siendo un modelo esencial. ¡Enhorabuena!
Te envío mis cariños y respetos, siempre,
Nelson Rivera
Sobre el autor: Publica su obra teatral en Sucio Difícil: Piezas para el teatro 1974-2002 (Isla Negra, 2005); y seis estudios sobre las artes, Visual Artists and the Puerto Rican Performing Arts, 1950–1990 (Peter Lang, 1997); Con urgencia: escritos sobre arte puertorriqueño contemporáneo (EDUPR, 2009); Hinca por ahí: escritos sobre las artes y asuntos limítrofes (Callejón, 2016); Cathy Berberian: Entrevistas (Riel, 2019); Inconformes y disidentes: Arte puertorriqueño en el siglo XXI (Isla Negra y Callejón, 2023); Instances: Writings on John Cage (Riel, 2025). En 2015-16 presenta su exhibición Sucio Difícil–Nelson Rivera: teatro, música, performance en el Museo de Arte de Caguas. Es catedrático retirado de la Universidad de Puerto Rico.